La irrupción de las redes sociales incrementa el aislamiento de los reclusos con más años en prisión. La restricción de la libertad a la que están sometidos los presos supone también un aislamiento de las redes sociales. Los internos aún se comunican con el exterior con los procedimientos tradicionales.

Carlos -el nombre ficticio de este preso- goza del tercer grado penitenciario: sólo duerme en la cárcel. Aprovecha el día para estudiar.

El aislamiento que supone ingresar en un centro penitenciario tiene, desde hace unos años, otra dimensión: la desconexión de las redes sociales. «El no acceso a las redes sociales es un aspecto más de la restricción de la libertad, del mismo modo que no pueden elegir salir a la calle, no pueden tener acceso al resto del mundo a través de la red», argumenta Pilar Medina, profesora del Departamento de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra y Doctora en Psicologia. Aunque las cárceles catalanas tienen ordenadores y los presos pueden optar a recibir clases de informática -en las que, a veces, también se utiliza internet de forma restringida-, el acceso a la red está prohibido y, en consecuencia, también la utilización de plataformas como Facebook y Twitter. «Aumenta el listado de conductas prohibidas y vigiladas, porque han aumentado las formas de acceso al mundo exterior», destaca Medina. La comunicación de los internos en régimen ordinario -los de segundo grado y los presos preventivos- con el mundo exterior se ha mantenido estricta en los últimos años.

Pueden mantener contacto telefónico con amigos y familiares cinco veces a la semana -a través de los teléfonos del centro, que detectan los números a los que se llama- y enviar las cartas que quieran por correspondencia tradicional, detallan desde Servicios Penitenciarios. Además, pueden quedar con sus familiares en los locutorios y, una vez al mes, hacerlo en una sala oa través del llamado vis a vis.

«Intentamos que tengan el máximo de prestaciones para que haya normalidad en su vida, pero la vida de un interno en régimen ordinario no tiene comparación con la de un ciudadano libre, porque si no la privación de libertad no tendría sentido», detallan en Servicios Penitenciarios.

«Introducir las redes sociales en los centros penitenciarios cambiaría el concepto de prisión», explica Jaume Almenara, profesor de Psicología y Comunicación de la Universidad de Barcelona (UB), que destaca que una persona que ha estado muchos años interna se puede encontrar con una realidad diferente al salir. Tener un teléfono móvil en la celda no sólo está prohibido sino que también se sanciona. La llegada de los smartphones -una ventana abierta al mundo- ha hecho crecer el tráfico de móviles en la cárcel, que, al igual que el tráfico de drogas, es objecto de control de los funcionarios.

Tanto Almenara como Medina consideran, sin embargo, que pese a la desconexión tecnológica, el aislamiento en ningún caso es total. De hecho, los internos sí tienen acceso a la información a través de la televisión y pueden ver canales de pago -según fuentes penitenciarias, el gasto que supone la televisión de pago es «mínima»-, escuchan la radio y pueden leer prensa escrita. «El máximo problema que se puede encontrar una persona que ha sido interna durante muchos años es que, al salir, le exijan para trabajar conocimientos de unas disciplinas que antes no se pedían», razona Almenara. «Lo difícil no es adaptarse a las nuevas tecnologías sino a la nueva sociedad, en que todo va acelerado y tienes siete segundos para que el otro se haga una impresión de ti «, explica Medina.

La retirada de la merienda como medida de ahorro ha abierto el debate sobre las prestaciones y servicios a los presos y sobre si estos servicios deben cambiar con la crisis. «La legislación penitenciaria de nuestro país es bastante respetuosa con los derechos de las personas privadas de libertad, aunque los recortes también les están afectando», comenta la doctora Mónica Aranda, del Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universidad de Barcelona, ​​que menciona especialmente los recortes a las entidades sociales, que han supuesto el cierre de muchos programas de rehabilitación.

Menos actividades en verano

El grueso de la población penitenciaria -los que no están aislados en primer grado pero tampoco salen cada día del centro- están encerrados en la celda por la noche, pero el resto del día tienen acceso a los servicios. Las cárceles son como pequeñas ciudades y tienen desde aulas educativas hasta peluquería, pasando por el economato, donde los presos pueden comprar prácticamente de todo si tienen dinero.

«En general, los presos con quienes nosotros tenemos contacto no tienen quejas sobre el acceso a actividades, aunque ahora en verano hay un descenso y se ofrecen menos», explica Patricia Bosch, coordinadora de la comisión de ámbito penitenciario de la plataforma de entitadades sociales ECAS, que además es trabajadora de la Fundación Salud y Comunidad, que trata con presos con problemas de drogodependencia. «De hecho, nosotros promovemos que se vinculen a actividades deportivas, por ejemplo, y en alguno de nuestros programas es un requisito», destaca. Las nuevas cárceles tienen, además, polideportivos más grandes y alguna, como Lledoners, piscina, aunque ahora están cerradas.

Las nuevas celdas están diseñadas de manera que solo puedan vivir dos presos y tienen calefacción. Los presos saben que el día a día en la cárcel está marcado por las rutinas. «Todo está mecanizado, hay una anulación de la dimensión más subjetiva porque no pueden elegir», comenta Bosch, que explica que al obtener la libertad uno de los principales problemas que tienen los presos es la asunción de responsabilidades. «No sabían tomar decisiones y siempre esperan que las tome alguien», assegura. Por ello, desde ECAS se defiende que se normalice al máximo el funcionamiento de los recursos intrapenitenciaris para que la transición no sea tan abrupta.

Fuente: Diari Ara