Malva desarrolla una labor de sensibilización, de toma de conciencia sobre la necesidad de actuar de manera integral con la persona que atendemos y acompañamos. Pero en los cursos se pone de manifiesto que son necesarias varias horas de “sensibilización”, y una vez visto con los y las profesionales – primeras personas de contacto, y pieza clave de acceso a los recursos -, surge el siguiente problema: la estructura orgánica de las redes; los tiempos de trabajo, los recursos, los itinerarios, etc. no están preparados para poder atender de forma integral a la persona (esto es: la coexistencia, interacción y relación de las diferentes problemáticas/situaciones vitales que puedan aparecer ) aunque sí veamos la necesidad como profesionales…
Llegamos entonces a un eje central de debate en las formaciones -no sólo en este curso en concreto-, y motivo de este artículo: ¿qué hacer si en una consulta por problemas de dependencia y/o consumo abusivo de drogas, la mujer que tienes delante habla de una agresión sexual (experimentada en la pareja; o cuando fue pequeña en forma de abusos por parte de su padre o alguna otra figura familiar cercana; o en forma de violación por un amigo o conocido en una fiesta; etc.)? Porque esta realidad no es anecdótica: la prevalencia de violencia sexual en mujeres que tienen un problema de abuso y/o dependencia de sustancias es abrumadoramente relevante. Una de las profesionales del curso al que hacíamos referencia nos contaba su experiencia: “En esas sesiones estábamos abordando cómo llegó a consumir y cómo poco a poco se le fue de las manos… Unas citas después me contó que había vivido una violación por parte de un chico estando ella bajo efectos de sustancias… ella no lo había hecho consciente, pero tras esa agresión coincidía en el tiempo en que empezó a aumentar su consumo, tanto en cantidad como en frecuencia. Lo ocultó, lo enterró… no lo habló con nadie, se sentía avergonzada y culpable por estar drogada…” Había ocurrido hacía muchos años, era la primera vez que lo contaba a un profesional y que, además, iniciaba un proceso terapéutico de toma de conciencia de lo que ese hecho había tenido que ver en su itinerario de consumo.
¿Cómo seguir disociando las dependencias y/o consumos abusivos de muchas mujeres de las agresiones sexuales sufridas? Esta profesional no lo hizo: no derivó a otro recurso; asumió el abordaje y tratamiento de la violencia sexual que esta mujer había vivido porque tenía formación para trabajarlo con ella. Igual de perjudicial es derivar y perderlas en el camino entre recursos/redes, que aproximarse a un caso de violencia sexual sin perspectiva feminista / de género. Pero esta profesional es la excepción en una red en la que seguimos sin protocolizar en recursos, redes, itinerarios y formaciones en drogas, la atención a la interacción de ambas realidades como un elemento más del tratamiento.
Este año 2015 Malva vuelve a especificar horas de formación en “violencia de género” en el programa propuesto a universidades y administraciones, porque hablar de género y drogas es también hablar de un tipo de violencia de género muy específica: la sexual, y su interacción en los procesos de abusos y dependencias de sustancias en mujeres… una tarea -entre otras- pendiente.
Patricia Martínez Redondo.
Técnica del Proyecto Malva en Madrid.
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