¿Empoderamiento sin comunidad?

La persistencia de unas estructuras sociales desiguales, y el acceso restringido tanto a los bienes y servicios, como a la participación efectiva en las decisiones que afectan a la comunidad, hace que los conceptos técnicos que se manejan en las intervenciones, a menudo, se vayan vaciando progresivamente de contenido. Pasan muchas veces a formar parte de unos lugares comunes, modas o muletillas, que dicen poco de la realidad que afrontamos quienes trabajamos en la atención directa, y mucho de las formas de construcción del consenso social mediante el que se perpetúan las estructuras culturales, políticas y técnicas que legitiman determinado orden de cosas.

Este podría ser el caso del uso que hacemos del término «empoderamiento» (traducción  del «empowerment» anglosajón). En un principio, el término surgió de las experiencias de Educación Popular durante los años sesenta en Latinoamérica, en un contexto sociopolítico y un estadio de los procesos de modernización, en distintos países, muy concretos. Las experiencias educativas de Paulo Freire, y las luchas de comunidades por mantener sus formas de vida frente al proceso de industrialización y modernización, dieron lugar a este término que resumía un fenómeno mucho más concreto y «pegado a la tierra»: el fortalecimiento de las comunidades frente a procesos de desposesión en muchas ocasiones violentos.

En un segundo momento, cuando estos procesos se encontraban mucho más avanzados y las comunidades locales, para sobrevivir, requerían de la Cooperación al Desarrollo (ofrecida por los mismos países que habían propiciado la destrucción de sus lazos sociales), se empezó a utilizar el «empoderamiento» en un sentido distinto. Ahora, no se trataba tanto de una defensa de las comunidades frente al desarrollo económico, sino de alzarse como protagonistas de ese mismo desarrollo, tomando en sus manos los instrumentos de la economía de mercado para que sirviese a los intereses de sus comunidades. De este modo, la línea fronteriza entre lo que se denominaba «empoderamiento» y los procesos de cooptación de líderes comunitarios como interlocutores de los intereses económicos dejó de estar clara.

El cambio era significativo, y expresaba la situación geopolítica de las economías dependientes (o «subdesarrolladas» desde el punto de vista occidental) en el contexto de los años ochenta y noventa, con una economía mundial cada vez más integrada a escala global.

Finalmente, el «empoderamiento», que se refería a las comunidades, y no tanto a los individuos, que partía de un cuestionamiento de las estructuras de poder y de la defensa de unos valores comunitarios frente a los procesos de desarticulación social, se comenzó a utilizar en el ámbito de las intervenciones individuales, dentro de organizaciones empresariales y del coaching, y más centrado en las capacidades individuales de promoción y autoconcepto. Se fue vaciando así de su contenido crítico y comunitario, y sustituyó paulatinamente a términos de uso más corriente como «motivación» o «fomento de la iniciativa».

En el ámbito de las personas sin hogar, se hace muy problemático hablar de «empoderamiento», por cuanto la comunidad de referencia es aquello que ha desaparecido y el sujeto, por sí solo, no puede reinventar una comunidad con la que «empoderarse». Son las relaciones de vecindad las que definen, en primera instancia, quién forma parte de la comunidad. Por ello, el desarraigo y la situación de carecer de un domicilio estable, hace que la utilización del término «empoderamiento» esté  descentrada y no remita a ninguna práctica concreta. En el marco de los procesos de exclusión residencial, por tanto, oscurece más que aclara las perspectivas para una intervención profesional.

Por lo general, cuando hablamos de empoderamiento dentro de este marco de referencia, en realidad nos estamos refiriendo a lo que podemos entender como motivación para el cambio o refuerzo de la autoestima, que son objetivos, si se quiere, menos ambiciosos y que no apuntan al cambio en las estructuras sociales y al cuestionamiento de las relaciones de poder en un contexto local determinado.

Esto no quiere decir que no se pueda actuar desde la perspectiva del refuerzo comunitario en otros ámbitos que desbordan la atención individual, de cara a la motivación. El empoderamiento, entonces, pasaría por dotar de instrumentos a los servicios que trabajan con personas sin hogar para fomentar el asociacionismo entre quienes se ven inmersos en procesos de exclusión residencial, propiciar el debate público en torno a las políticas de vivienda y su acceso restringido en el mercado libre, desarrollar herramientas de comunicación propias (publicaciones, espacios en los medios de comunicación locales, participación en ámbitos académicos, charlas de sensibilización, etc.) y, finalmente, recuperando el valor crítico del concepto «empoderar», facilitar que las personas inmersas en  procesos de exclusión residencial se constituyan como sujetos políticos en la defensa de sus derechos fundamentales, como el acceso a una vivienda digna.

Juan M. Agulles
Sociólogo, educador del Centro de Acogida e Inserción para Personas sin Hogar de Alicante.

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