- Dos mujeres atendidas por los programas para mujeres gestionados por la Fundación Salud y Comunidad explican su experiencia
- Sufrieron la violencia de sus exparejas y cuentan cómo lograron salir adelante y mirar al futuro.
Patricia y Julia, dos mujeres en la treintena, viven ahora en algún lugar de Catalunya pasando página. Las dos fueron maltratadas por sus antiguos compañeros y conocen bien el paño. Se encontraron cuando se recuperaban y se ve perfectamente hasta qué punto una se ha convertido en el apoyo de la otra. Sus relatos son muy parecidos. Sus nombres son supuestos y que sean discretas es importante: en uno de los dos casos hay orden de alejamiento. «Estoy aquí escondida», cuenta Patricia. Coinciden al aconsejar a quien viva lo que les pasó: que se vaya del piso. Pero también están de acuerdo en que hay que estar preparado para irse.
Patricia empezó con su pareja muy joven y los malos tratos comenzaron en seguida. Los aguantó siete años. Incluso después de nacer sus dos hijas: «Con las niñas fue peor. Le molestaba el ruido que hacían. Muchas veces me pegaba solo porque las niñas lloraban, Me dijo que si le denunciaba iría a por mi familia». Esa amenaza la persuadió de callar un tiempo. De vez en cuando llegaba una pausa: «Cuando las cosas se arreglaban aquello parecía una luna de miel. Cuando se acababa la luna de miel, todo volvía a empezar. Me pegaba con sillas, con palos».
Un día alguien denunció y Patricia vio cómo llegaba la policía, que detuvo al agresor. Ella reclamó a gritos un psicólogo. Si no, dice, no podía seguir. Lo logró: «Antes iba con la cabeza agachada. Esto se supera, pero no lo olvidas. Y pierdes confianza en la gente». Como es obvio, en los hombres: «No quiero vivir con ninguno. Y no existe el hombre que me vuelva a pegar». Las dos creen que los maltratadores tienen algo en su pasado que les lleva a esta situación. Porque en su caso, los dos excompañeros tienen familiares que también han cometido maltrato. Y también tienen en cuenta su pasado. Las dos tienen carencias por su pasado familiar y dicen: «Caímos en el patrón». Es decir, buscaron sin darse cuenta a alguien que se parecía a quienes les negaron el afecto.
«Que se vayan de casa. Esas personas no cambian nunca, por mucho que pidan perdón», insiste Patricia sobre las mujeres que estén siendo maltratadas y sobre los maltratadores. Ella no ha podido tener una relación normal con su ex: «Lo intenté tanto que me cansé». No recibe ayuda económica de él.
Julia, dos hijos, dice que su historia es «más o menos la misma» que la de Patricia. Ella aguantó cinco años. En su caso, la sorpresa inicial fue más grande, ya que el tipo en cuestión -«al que más quise en mi vida»- era un enamorado detallista, un hombre que se presentaba con regalos inesperados.
MALTRATO ELABORADO
«Los primeros celos halagan; él fue un príncipe para mí», dice. Pero dura poco: «Ya desde el principio hubo señales de que había problemas». Como el día en que ella no le dio la razón en una cena con amigos y él la encerró un par de horas en el cuarto para hablar y hacerle entender que aquello que había hecho no era propio de una pareja que se quisiera. Los regalos a menudo eran intentos de compensar las situaciones violentas y un maltrato elaborado, no solo físico. El compañero de Julia le fue cambiando la forma de vestir, a base de comprarle la ropa él. Le preguntó por qué se pintaba si no era para otros hombres, por qué tenía que ducharse cada día. No permitió que tuviera un e-mail propio. «Si me miraba un hombre, él le amenazaba con reventarle la cabeza. No es amor, es obsesión. Miedo a perder un objeto que es tuyo». En definitiva, dicen, se trata de acabar con el entorno de las mujeres para aislarlas.
En diferentes casas y centros, entre ellos uno de la Fundació Salut i Comunitat, Patricia y Julia vieron como la mayoría de las mujeres maltratadas volvían con sus maridos. Era duro asistir a ello, explican.
DIFÍCIL AYUDA
No es fácil recibir ayuda en estos casos, dicen las dos mujeres. De entrada, las maltratadas se sienten culpables, y los agresores, y a Patricia y Julia les pasó, suelen acusarlas de haber provocado que perdieran los estribos. «A una mujer en esta situación le diría que no me va a creer. Pero que él no va a cambiar. Cuando se sienta lista, que busque a alguien que la ayude a salir de allí». Patricia recuerda cómo se evadía del maltrato: «Miraba las palomas y pensaba que quería ser una para volar en libertad. A las mujeres que pasan por esto les quiero decir una cosa: la libertad sabe bien».
Julia y Patricia hablan de sus casos sin miedo, sin agacharse, con algo de ironía, a veces amarga. Pero sus vidas no tienen vuelta atrás. Aquello no se olvida, y ellas, tras recordar aquellos días malos, se lo toman a guasa: «Nuestros príncipes se convirtieron en sapos».
Fuente: El Periódico