El Equipo de Atención a las Mujeres (EAD) del Ayuntamiento de Barcelona, gestionado por la Fundación Salud y Comunidad, incluye la intervención grupal en la atención a las mujeres víctimas de violencia en función del momento de la intervención en el que se encuentran las mujeres atendidas.
El objetivo fundamental de esta estrategia es la deconstrucción de los roles y estereotipos de género, para que las mujeres pueden visibilizar su propia historia de maltrato.
Dentro de esta intervención grupal terapéutica participa otra de las iniciativas de FSC: el Proyecto Malva, que pretende incluir en estas sesiones un trabajo de identificación de la relación existente entre la violencia y el consumo de sustancias.
Estos talleres grupales consiguen iniciar el análisis de los consumos y contextualizar su responsabilidad en las agresiones; detectar los posibles consumos por parte de las mujeres que se atienden en el EAD y poder mantener un proceso terapéutico paralelo de la drogodependencia. Desmitificar las falsas creencias que las mujeres poseen acerca de sí mismas por ser consumidoras y que se reafirmen en el derecho que tienen a salir de esta situación y recibir ayuda para ello.
Las narraciones que plasmamos a continuación, a modo de ejemplo, nos reafirman en la necesidad de trabajar activamente en la interpretación que se hace del abuso de alcohol y otras drogas, ya sea por parte de la mujer como del agresor. Analizar el papel que ha jugado en la situación de maltrato, con el fin de contextualizar adecuadamente la responsabilidad que se les asume a estos consumos en el proceso de violencia:
Magda cuanta que su marido era alcohólico y que desarrolló una enfermedad derivada de este consumo, y que ese fue el momento en el que comenzó el maltrato, “la enfermedad le tenía como loco”. Se para a pensar, nos mira y cómo si acabase de descubrirlo dice, “ya antes de tener esa enfermedad me trataba mal, muy mal. Aunque nunca se me ocurrió pensar que aquello no era normal, es ahora cuando me estoy dando cuenta, desde que vengo aquí”. Ella continúa hablando, como si estuviese reflexionando sobre esta situación en ese mismo momento, es ahora cuando comienza a entender que lo consideraba normal, no lo era. “Me trataba siempre mal, pero cuando bebía la situación cada vez era peor, claro, él estaba enfermo, y él no podía controlar lo que pasaba, el problema era el maldito alcohol”. Después de escuchar las intervenciones de sus compañeras y de las terapeutas, pide nuevamente la palabra: “En realidad, era él quien bebía, muchas veces le pedí que fuera a que la ayudarán a dejar de beber, pero él no quería, el decidía seguir bebiendo, incluso creo que a veces bebía más, a propósito, para que cuando me pegaba la culpa no fuese de él, sino del alcohol, pero yo me casé con un hombre no con una botella”.
Rosario reconoce con mucho esfuerzo que ella bebió mucho, “yo no consideraba que fuese un problema, yo siempre he visto a mi alrededor que la gente bebía constantemente, mi padre bebía mucho, y mi hermano también. Mi padre era alcohólico y pegaba a mi madre, él sabía que ella nunca le iba a dejar, y de hecho todavía siguen juntos. Mi padre se comportaba de forma diferente cuando estaban en reuniones con la familia, aunque iba bebido igual, pero se controlaba y se esforzaba por parecer sereno”. “Yo empecé a beber sin darme cuenta, me sentía más tranquila, pensaba menos, y sin darme cuenta tener un vaso de vino escondido en un armario de la cocina se volvió una costumbre”. “Me di cuenta que no podía seguir así cuando mis hijos me dijeron que me necesitaban para poder salvarse de su padre, en ese momento deje de beber, tenía que cuidar de ellos”.
Pilar nos cuenta, que tomaba psicofármacos bajo prescripción médica, y con mucho esfuerzo verbaliza: “en varias ocasiones tome muchas pastillas, de esa manera me llevaban al hospital, y me dejaban allí ingresada, descansaba de lo que pasaba en casa”. Después de esos ingresos le mantuvieron la medicación, pero ella tomaba más cantidad para sobrellevar la situación de violencia, “yo iba medio zombie y así no me enteraba. Me inventaba alucinaciones y síntomas que no tenía para que me dieran más medicación hasta que el psiquiatra se dio cuenta. Entonces me sentí culpable.”
Estas intervenciones grupales consiguen, por tanto, trabajar activamente las situaciones vividas y la diferencia de atribuciones que se hace al consumo dependiendo de si es por parte del agresor o de la víctima
Normalmente en el hombre sirve como excusa a su comportamiento atribuyendo toda la responsabilidad de la agresión a la sustancia consumida y no a la persona consumidora. Bajo esta idea errónea se fundamenta la explicación del comportamiento del agresor, así como las expectativas de mejora si se abandona el consumo, y facilita que las mujeres permanezcan en esta situación esperando que al cesar el consumo, cese la violencia que reciben.
Sin embargo en la mujer, estos consumos pueden aparecer como consecuencia de las agresiones, utilizando la automedicación o el consumo como estrategia de afrontamiento o alivio de la situación, o puede estar antes el problema de dependencia, aumentado su vulnerabilidad y por tanto la probabilidad de recibir violencia. En ambas situaciones se experimenta una gran culpa, creyendo que el consumo las hace responsables de la violencia que reciben por su mal comportamiento. Esta interpretación, junto a la problemática añadida de la drogodependencia impide que la mujer avance. La mujer consumidora tiene menor capacidad de reacción, y esta dependencia provocará que tenga más reticencias a solicitar ayuda, por el miedo a las consecuencias de descubrir el consumo, fomentando un círculo de aislamiento.