Las representaciones sociales de la pobreza y los pobres han variado a lo largo del proceso de modernización. Como sostienen los autores que han abordado el tema (Simmel, Geremek, Paugam, Bauman), según la coyuntura económica, política y cultural, «los pobres» han adoptado varias formas a lo largo de la historia y en distintas sociedades: los pobres miserables, los cerretani, las clases peligrosas, los inadaptados contraculturales, los marginados, la infraclase, los homeless, y un largo etcétera.
Desde un punto de vista sociológico, los enfoques sustancialistas (quiénes son los pobres, cuántos, de qué carecen) quedan incompletos sin añadir un análisis dialéctico de las formas que adopta la pobreza en relación a la sociedad de la que forma parte, y de cómo esa sociedad conceptualiza a «sus pobres» y los atiende. La cuantificación evita habitualmente estas preguntas sobre el sentido mismo de cualquier fenómeno social.
En su importante estudio Las formas elementales de la pobreza (2007), Serge Paugam propone pensar la pobreza «en función de su lugar en la estructura social, como instrumento de regulación de la sociedad en su conjunto, considerada como un todo, especialmente mediante las instituciones de asistencia o acción social». Serán, por tanto, las distintas formas de asistencia las que debamos contemplar como variables explicativas del lugar que la sociedad otorga a la pobreza y a quiénes atribuye la responsabilidad de asistirla.
Desde ahí, cabría entender también cómo quienes son incluidos en las distintas categorías de la pobreza, la exclusión social o la marginación, se adaptan a ese lugar construido socialmente, y qué tipo de estrategias desarrollan para sobrevivir al estigma (Goffman).
Según el sociólogo Peter Townsend, «la lógica de la sociedad de consumo es formar a sus pobres como consumidores frustrados». En base a esta idea, Zygmunt Bauman (Trabajo, consumismo y nuevos pobres) desarrolla una explicación pormenorizada a partir del contraste entre una representación social de la pobreza, basada en la moral del trabajo, y una representación social de la pobreza como parte no integrada (o automarginada) en la sociedad de consumo. Ambas pueden rastrearse en nuestras sociedades contemporáneas, y en sus diversas formas de intervención respecto a los procesos de exclusión social. Por ello, como punto de partida para cualquiera que quiera intervenir socialmente, estos trabajos deberían ser referencia ineludible.
Sin embargo, cuando abordamos el problema de las personas sin hogar, muchas veces caracterizado como pobreza extrema o exclusión social severa, el punto de vista sociológico propuesto por Paugam, Townsend o Bauman rara vez es utilizado. Los medios de comunicación a menudo reproducen los estereotipos más manidos, y ofrecen a la sociedad la posibilidad de depositar en ellos «los temores que ya no apuntan a un temible enemigo exterior», sino que son parte del proceso mismo de descomposición de las «sociedades salariales» (Castel) o el ascenso de lo que Ulrich Beck denominó la sociedad del riesgo.
Cierta «sociología espontánea», y en ocasiones el mero diletantismo (que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como aficionado y no como profesional), mantienen a menudo esas representaciones sociales alejadas de cualquier reflexión teórica consistente y en contra de las evidencias empíricas que llevan años recogiéndose en muchos países. Para los modelos de atención directa eso es fatal, porque pueden reproducirse las representaciones sociales que atribuyen a unas determinadas características personales la posición social del individuo, generando el conocido efecto de «profecía autocumplida».
Lamentablemente, en ocasiones nos encontramos en nuestra práctica diaria estas representaciones que criminalizan y patologizan la exclusión residencial de las personas sin hogar, aduciendo a sus estilos de vida y comportamientos, a su falta de motivación o competencias, lo que es producto de un proceso social complejo. Esta atribución social de responsabilidad del sujeto por su situación marginal o excluida de la sociedad de consumo, responde al término «adiaforización» (Bauman). Podríamos traducirlo como la ruptura del vínculo social. Al atribuir la responsabilidad de su situación a quien sufre un proceso de exclusión, la sociedad en su conjunto se deresponsabiliza, calma su conciencia y disipa los temores a ser parte de un proceso de movilidad social descendente que cada vez afecta a capas más amplias de la población. Por ello, algunos autores como Townsend introdujeron conceptos como deprivation. Y siguiendo en parte su estela, Paugam acuñó la descalificación social, para poner el acento sobre un proceso de atribuciones sociales que mediante la descalificación de ciertos comportamientos y situaciones respecto a lo que se supone «normal» o «integrado» promovían activamente la exclusión.
La socióloga Saskia Sassen, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, acaba de publicar un magnífico estudio titulado Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global (2015). En él habla de un proceso de amplio alcance, que comenzó aproximadamente en los años ochenta del siglo XX, y que ha llevado a un movimiento global de expulsiones en todos los ámbitos de la sociedad. Desde las personas sin hogar a las compras de tierra y la expulsión de poblaciones por parte de multinacionales. De los mercados de trabajo desregulados a la financiarización internacional de los mercados inmobiliarios y las hipotecas subprime. El hilo conductor de Sassen son las «formaciones sociales predatorias» que han supuesto un proceso de selección salvaje para determinar quién está incluido y quién queda excluido de las dinámicas globales.
Como profesionales en la atención a los procesos de exclusión social, y en el caso del Centro de Acogida e Inserción (CAI) de Alicante, gestionado por FSC, desde el trabajo que realizamos con las personas sin hogar, es importante mantener siempre un alto nivel de reflexión, estar continuamente atentos a las innovaciones teóricas y al producto de las investigaciones empíricas (lamentablemente, muy escasas en España). Desde nuestra posición social, tenemos la capacidad y la responsabilidad de contrarrestar con el conocimiento y la experiencia los prejuicios, mitos y representaciones sociales que tratan de justificar y legitimar la gran expulsión social.
Juan M. Agulles.
Sociólogo. Educador en el CAI de Alicante
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