Podríamos empezar desgranando todos los riesgos del consumo de cannabis: desde las diferentes zonas cerebrales hasta los riesgos sociales. También podríamos enumerar todas sus bondades y utilidades. Seguramente, en ambos casos los planteamientos serían ciertos.

La cuestión es ¿A qué intereses responde magnificar los riesgos o las bondades del consumo de cannabis? Vivimos en una sociedad donde la mayoría de nosotr@s seríamos capaces de enumerar en un minuto comportamientos más arriesgados que el consumo de cannabis y con consecuencias más nocivas como por ejemplo el consumo de alcohol, la conducción de motocicletas a alta velocidad, unirte a una pareja violenta, incluso llevar una vida sedentaria, etc. En estos casos no se produce discurso en torno a sus riesgos y/o peligros… ¿Quizás porque no hay intención de prohibirlos? Sin embargo, en el caso del cannabis se tiende a magnificar los riesgos con el fin de justificar un enfoque prohibicionista. Si hablamos de riesgos reales y objetivos deberíamos referirnos a cualquier situación que entrañe riesgos y, en todo caso, establecer criterios: ¿A partir de qué nivel de riesgo se decide prohibir algún comportamiento? Sería una tarea infinita y muy difícil de objetivar porque tendría relación con muchas otras variables de carácter individual o contextual difíciles de objetivar… Por tanto seguramente podríamos concluir que definir la prohibición del consumo de una sustancia a partir de la narración de sus riesgos es de todo menos objetivo.

Las personas (y aquí incluyo a los/las jóvenes) debemos conocer los riesgos que entrañan las situaciones que nos encontramos en la vida y tenemos derecho, a partir de la información objetiva, a aprender a gestionarlos. Es aquí donde los/as profesionales de cada ámbito tenemos un papel. Pretender legislar y gestionar a partir de prohibir todas aquellas situaciones que entrañan riesgos es, como mínimo, pretender “poner puertas al campo” y, como máximo infantilizar a la población.

El cannabis, en este sentido, no es una excepción. Sería conveniente no mezclar las diferentes ideologías ni alarmismos en la definición y el análisis de la situación. Hablar de riesgos es un arma de doble filo: puede servir para alarmar a la población en primer término pero también para perder credibilidad en un segundo momento. A ese respecto nuestra dilatada experiencia en la Fundación Salud y Comunidad en programas preventivos sobre el abuso de drogas nos demuestra que centrarse solamente en informar sobre los riesgos -especialmente cuando son sobredimensionados- presenta una efectividad muy limitada, y con algunos colectivos de destinatarios puede resultar incluso contraproducente. Lo sabemos hace años. ¿Nos podemos permitir el lujo de perder tiempo repitiendo los mismos errores?

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Gemma Altell
Subdirectora del Área de Adicciones, Género y Familia. Fundación Salud y Comunidad.