Es una frase muy escuchada en los grupos de multidependencia en el Centro de Día para la Inserción Social, proyecto subvencionado por el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya. FSC y este departamento trabajan conjuntamente en este programa dirigido a personas que presentan una adicción (comportamental y/o a sustancias tóxicas) y que empiezan a salir del centro penitenciario (o que proceden del medio penitenciario).
Cuando una persona llega al extremo de que su único objetivo diario es consumir droga, puede llegar a un punto en el cual, si continúa, acabará poniendo en riesgo su vida.
Estamos hablando de la prisión como un límite. Un límite con una función tan importante para ese momento como salvar la vida de una persona. El niño/a aprende desde su nacimiento, y a lo largo de su vida, lo que es un límite. Con la familia, en la escuela y también con la comunidad amplia. Desde una mirada social, sabemos que vivir en sociedad comporta saber poner frenos a nuestras acciones. En este sentido, recibimos constantemente indicaciones sobre lo que se debe o no se debe hacer. Dicho de otra forma: se nos ponen límites, necesarios para la convivencia.
Hasta aquí hablamos de límites externos. En la educación, en las normativas, en las instituciones… Hasta el extremo de utilizar el encarcelamiento, el encierro, como “límite-castigo” que, en algunos casos, “salvará la vida” de esa persona. Terrible paradoja. La privación como sinónimo de vida. Resulta difícil conciliar ambas ideas para el/la profesional, pero aún lo es más para el propio sujeto. ¿A qué se refiere cuando nos explica que entrar en prisión le salvó la vida? Relata ese punto de su vida en el que, de alguna manera, ya no podía detener el consumo, se veía a sí mismo en una espiral, repitiendo sin encontrar la puerta de salida…
Ahora bien, desde la perspectiva de adicciones, nos interesa también otra reflexión. ¿Qué hace que los límites pasen a ser individuales y se interioricen?, ¿por qué para cada persona son, en algún punto, particulares?
En ese sentido, resulta muy interesante un artículo publicado por Pablo Rossi, psicólogo especialista en adicciones y director de Fundación Manantiales, en la revista digital de esta entidad, en Argentina. En él se analizan diversas situaciones donde el límite opera, dividiéndolas en dos tipos diferentes: aquellas que hacen referencia a “límites naturales” y las que remiten a “límites provocados”.
Hablaríamos de situaciones “límites naturales” cuando a la persona le ocurre algo que le hace entrar en crisis y siente la necesidad de cambiar. Esto podría ser provocado por un empeoramiento físico muy notable, pérdida de familiares, pasar por situaciones traumáticas debido a su alto nivel de consumo, etc. Estas situaciones no son ajenas al inicio en adicciones para muchas de las personas que atendemos. El reto es poder mantener ese límite que actuó como motor, para que sea eficaz en el tiempo. Sabemos que un cambio personal requiere de tiempo.
También podemos hablar de situaciones límites provocadas. En este caso, hablaríamos, por ejemplo, de la intervención terapéutica como posible provocadora de situaciones límites no naturales. Se intenta con ella que la persona tenga la oportunidad de cambiar antes de que se produzca una situación límite natural.
Podríamos relacionar estas situaciones con aquellas donde la motivación es quizá menos consistente, más incipiente. La acción profesional puede acompañar esos momentos, no para indicar qué se debe hacer, pero sí para suscitar las preguntas oportunas, para señalar las dudas que emerjan del propio sujeto.
Desde la Fundación Salud y Comunidad, creemos en dar un espacio a la palabra de cada individuo desde sus propios límites naturales, desde sus capacidades y limitaciones; en definitiva, desde la particularidad. Creemos que es en ese diálogo donde puede encontrar algo diferente y salir de esa repetición compulsiva.
Alejandra Idelsohn
Psicóloga del Centro de Día para la Inserción Social