La reforma de la Ley de Interrupción del embarazo: la mal llamada «ley de protección de la vida»

Es difícil dar argumentos que no se hayan dado ya para rebatir la nueva ley promulgada por el Ministerio de Justicia. En esencia estamos hablando de dos cuestiones básicas y que hacen referencia a nuestra manera de mirar el mundo: convicciones democráticas profundas y convicciones igualitarias profundas entre mujeres y hombres.

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n cuanto a la primera parece una obviedad, pero por lo visto, no lo es. No creo que nadie, en ninguna sociedad del mundo, esté a favor del aborto. Es una decisión límite que responde, en la mayoría de los casos, a un acto de responsabilidad: traer un ser humano a el mundo es mucho más que concebirlo y, por tanto, hay que decidir traer una nueva persona al mundo cuando se tienen los recursos económicos, personales, emocionales y cuando entra en nuestro plan de vida. Los sectores más conservadores nos preparan esta «trampa dialéctica» en la que caemos sin darnos cuenta.

Estar a favor del aborto: hay que favorecer una decisión responsable y consecuente sobre la maternidad, lo que implica contemplar el aborto también como posibilidad. Se están confundiendo constantemente los derechos con las obligaciones y es aquí donde se ven cuestionadas las convicciones democráticas profundas, cuando esta decisión no está legítimamente depositada en la mujer que está embarazada sino que se pretende que el Estado tutele la vida privada de las personas y, por tanto, limitar sus derechos. Especialmente los de las mujeres. Ninguna mujer que no quiera abortar no estará nunca obligada a hacerlo.

Es aquí cuando entramos en el segundo punto clave: una vez más nos encontramos con hombres regulando y legislando sobre la vida de las mujeres contando muy poco (por no decir nada) con la opinión de las mujeres. El sistema patriarcal transmite, una vez más, que la mayoría de edad mental de las mujeres no acaba de llegar nunca para tomar decisiones sobre su vida y su cuerpo. Las mujeres entran, como categoría social, dentro del grupo de personas que deben ser tuteladas porque no saben tomar decisiones acertadas, porque hay ciudadanos de primera y de segunda.

Si entramos en profundidad en lo que hay detrás de esta ley y el impacto que crea en la vida de las mujeres, debemos poner de manifiesto el modelo ideológico y político que hay detrás. Nos volvemos a encontrar con el control de la sexualidad de las mujeres: la sexualidad está vinculada exclusivamente a la reproducción y, de no ser así, es castigada. Desde siempre ha sido un poder demasiado importante, el de la reproducción de la especie, como para que el sistema patriarcal se permita dejarlo en manos de las mujeres. Este es un intento más de reprimir, controlar y subyugar a las mujeres por la vía de no dejarlas elegir sobre la maternidad. Si las mujeres no podemos decidir si queremos ser madres y cuando queremos serlo, no podemos decidir sobre nuestro proyecto de vida personal, familiar ni profesional. Vuelven a apelar a nuestro papel de cuidadoras y de «ser para los otros».

La segunda parte de esta reflexión debe hacer referencia, necesariamente, a la fantasía del poder de la prohibición y sus consecuencias. Las prohibiciones no consiguen cambiar sustancialmente los comportamientos; en todo caso aumentan los miedos, las represiones, la clandestinidad y, en este caso, la diferencia entre clases sociales: las mujeres que necesiten abortar lo seguirán haciendo. Aquellas que tengan más recursos económicos lo harán en condiciones más seguras (dentro o fuera del país) y aquellas que no tengan recursos económicos -una razón clara, por cierto, para decidir abortar- lo harán con mayor riesgo para su vida. Es así, vuelve a ser lo de siempre. Porque las personas tenemos un impulso natural hacia la libertad, qué le vamos a hacer… Esto no es justicia.

Esta ley vuelve a poner a las personas, en concreto las mujeres, en diferentes categorías en función de su clase social. Cómo podremos seguir llenándonos la boca con políticas sobre la igualdad entre hombres y mujeres si las mujeres ya no seremos libres para decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida? No sería mejor que el gobierno se ocupara de la supervivencia de los/las que ya estamos? ¿Qué les interesa, la vida como concepto o la vida de las personas? No sería mejor, en un mundo ideal, que las mujeres decidieran ser madres cuando quieran y puedan?

En nuestra labor social vemos día tras día mujeres que necesitan sentir que tienen opciones para decidir sobre su propia vida, sentir que recuperan el control que alguien les quitó en algún momento. Mujeres, algunas ya son madres y otras no lo son, es igual; su presente y su futuro dependen de no ser juzgadas desde el pedestal de una cierta moral y de la libertad de elegir su propio camino. ¿Quién es el Estado para decidir por ellas, por nosotros, por todas y todos?

Gemma Altell
Psicóloga especialista en género y violencia de género
@Gemmaltell

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