Ha sido noticia en las últimas semanas que varios puentes de París amenazaban con provocar accidentes por derrumbes, al estar sometidos al peso de centenares o miles de candados que los enamorados adherían a sus barandillas. Concretamente, un panel de la barandilla del Pont des Arts de París sobrecargado con 700 kilos de acero, hierro y otras aleaciones amorosas de aluminio se desprendió, y afortunadamente no cayó sobre la cabeza de ningún turista de los que pasaban por debajo en las múltiples embarcaciones que navegan por el Sena. El Ayuntamiento de París ha propuesto a los visitantes que, en lugar de colocar un candado en el puente (escribiendo en él sus nombres o iniciales, cerrándolo y tirando la llave al río), se hagan una fotografía juntos y la cuelguen en una página web creada al efecto. Todo ello bajo el slogan «amor sin candados».
Esta moda de los «candados del amor» existe también en otras ciudades europeas, tales como Venecia, Roma, Amsterdam o Sevilla, habiendo provocado quejas de sus habitantes, que lo consideran una forma de degradación de su patrimonio arquitectónico. En Venecia, una campaña ha atado tarjetas en los puentes que, bajo el eslogan «unlock your love» («desbloquea tu amor»), recuerdan a los visitantes que «poner candados en los puentes venecianos es un acto de vandalismo; tu amor no necesita cadenas. Venecia no necesita tu basura».
La educación emocional para el establecimiento de relaciones afectivas y de pareja enriquecedoras y respetuosas pasa por considerar al otro como sujeto libre, y por considerar la relación como basada en la libertad y la renovación permanente del deseo y del compromiso. Desde ese punto de vista, el amor no necesita candados, e incluso podríamos decir que un amor que precise candados no es realmente amor.
Parece difícil encontrar un símbolo más nefasto para expresar el enamoramiento: no es un corazón que late, no es algo bello, aunque frágil, como lo es el amor real. No es una flor ni un lazo de seda. Es algo frío, duro y mecánico, que no permite la libertad del cambio de opción o del replanteamiento. Es, en definitiva, una cadena. Y aunque sea una cadena voluntaria (“¡vivan las cadenas!”), no por ello es menos cadena. El simbolismo es realmente desafortunado, y ya en la misma línea se podía optar por un par de esposas o un cinturón de castidad, herramienta medieval para el control de la sexualidad femenina que también destacaba por sus cerraduras y candados.
El candado, como la cerradura, provisto de su llave, es un símbolo de posesión y control. No se trata del compromiso y el deseo entre sujetos libres, sino de asegurar la posesión de un objeto, de una propiedad privada; y este es uno de los factores psicológicos que está en el fondo de muchas relaciones de pareja desgraciadas, de muchas rupturas traumáticas y de mucha violencia (especialmente de tipo machista). Cuando se atenta contra la propiedad, la agresión está justificada: “la maté porque era mía”.
Algunas modas pueden instaurarse y replicarse de modo peligrosamente irreflexivo. Determinadas formas de romanticismo «comercial» basadas en apropiarse del otro como un objeto, o en la glorificación del macho violento y agresivo (como sucede en varias novelas rosas para adolescentes de Federico Moccia, uno de los promotores del engendro del candado), no son solo un riesgo para la estructura de los puentes: son basura emocional que nos pone muy difícil las cosas a quienes intentamos educar en aspectos tales como la prevención de la violencia de pareja y atendemos a sus víctimas.
Artículo original publicado en El País
Xavier Ferrer
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