Ella dice: “Mi maldición es el miedo. ¿Cuál es la suya?“
Él dice: “Mi maldición es la falta de conciencia”
(extraído de la película El último hombre de W. Hill)
“Dicen que cuando uno ha tenido la experiencia de estar al borde de la muerte esto le hace revisar sus prioridades y valores. La economía global ha estado al borde de la muerte.” (Joseph E. Stiglitz, 2010). Este autor, Premio Nobel de Economía, hace un profundo diagnóstico de lo que ya es conocido como La Gran Recesión entendida como la mayor crisis que ha afectado a más personas desde la Gran Depresión de 1929.
Señala las diferentes causas y responsables del desastre financiero que se ha propagado por todo el mundo y las consecuencias geopolíticasen términos de pérdida de prosperidad. Desde diferentes ópticas ideológicas se coincide en que estamos, no tanto al final de un ciclo –ha habido múltiples crisis cíclicas desde 1929- sino al final de una etapa, que significa el agotamiento de un modelo productivo, o lo que otros autores denominan “inmersos en una crisis sistémica”. En 11 países europeos ha habido aumentos del paro superiores al 50% y en España, Irlanda y Dinamarca el incremento ha sido superior al 100%. La característica más preocupante de este desempleo es que, al igual que la crisis, está siendo de larga duración. Estamos ante la evidencia de una auténtica fractura social, ya que se trata de una situación de desempleo, subempleo y desaliento que se plasma en las declaraciones públicas y en las manifestaciones de indignados de muchas partes del mundo, compuestas principalmente por jóvenes: ansiedad, angustia, miedo, cólera entre ciudadanos que se sienten “superpreparados y superdesempleados”, que expresan su frustración por un sistema político y económico que no los acoge y al que califican de fallido, corrupto, indiferente e irresponsable. (J. Estefanía, 2011).
A grandes rasgos, las propuestas gubernamentales para paliar y superar los efectos de esta Gran Recesión (que está propagando la pobreza y la desigualdad) se dividen en dos opciones muy diferenciadas: “Ajustar para crecer” (modelo Europeo de rigor en los ajustes presupuestarios con programas de austeridad muy rígidos) o “crecer para ajustar” (modelo de estímulo de la demanda llevado a cabo por la Administración de Obama en USA, que pone la prioridad en el crecimiento).
Todos los expertos están de acuerdo en que es necesario un gran pacto histórico, “un acuerdo excepcional para una situación excepcional”. Un pacto transversal que ha de durar lo que sea preciso para que, gobierne quien gobierne, pueda aplicar lo consensuado durante el periodo necesario. Una política de austeridad compartida para recuperar la senda del crecimiento sostenible.
Si a escala mundial las perspectivas son difíciles, para España las previsiones son realmente duras. Ya hemos visto que el desempleo es su peor factor diferencial. Hay expertos que opinan que las cosas ya no volverán a ser como eran, muchas cosas se quedarán por el camino: gran parte del bienestar, el individualismo, el crédito ilimitado, las materias primas baratas… De cara a la creación de un modelo basado en la productividad, en la eficiencia, en optimizar recursos y parámetros productivos… ¿Es viable como la conocemos la España que hoy conocemos? Pensando en un modelo orientado en generar valor, el pronóstico del economista S. Niño-Becerra (2011) (de los pocos economistas que previeron con suficiente antelación la gravedad de esta crisis) es muy negativo y enfatiza en las dificultades estructurales de nuestro país.
Como vemos la globalización hace que el mundo esté más interconectado y a la vez sea más imprevisible. Se desliza peligrosamente entre “miedo” que paraliza y la “falta de conciencia” que idiotiza a los ciudadanos y nos conduce a una alta entropía social.
Las entidades que nos dedicamos a la intervención social venimos padeciendo en los últimos años los efectos de esta Gran Recesión. Las minoraciones de servicios, el cierre de recursos, el retraso de los pagos incumpliendo las leyes vigentes y en general el clima de incertidumbre y de ajustes presupuestarios que proponen o simplemente imponen las Administraciones, se combina con el encarecimiento y la dificultad de obtención del crédito necesario para hacer frente a pagos que entre el 80% y el 90% dependiendo del tipo de servicio, son de “personal” y, por consiguiente, no deberían tener demora.
La coyuntura económica, lastrada por la situación financiera, exige el adelgazamiento (esperemos que no alcance el umbral de la anorexia) del Estado del Bienestar y de las políticas de protección social que se han construido en las últimas décadas. Se está actuando en una triple reforma (financiera, fiscal y laboral). A mi juicio, la primera es absolutamente necesaria, aunque sospecho que no tendrá ni la profundidad regulatoria ni la suficiente exigencia que garantice el flujo del crédito necesario. Ojalá sea algo más que una operación dermoestética. También la reforma fiscal es necesaria para que el coste de las necesidades sociales se reparta de forma progresiva y equitativa, especialmente en esta situación de emergencia y excepcionalidad. Finalmente la reforma laboral en nuestro sector –aunque se caracteriza por la gran importancia del factor trabajo- tendrá una incidencia relativa, ya que cabe esperar que no se modifique el modelo de diálogo, concertación y búsqueda de la máxima complicidad y compromiso para no precarizar los proyectos sociales. Ciertamente compartir la mirada no garantiza que veamos las mismas cosas, pero puede favorecer el reconocimiento mutuo orientando los esfuerzos hacia la preservación de la equidad social.
En mi opinión la economía social (esa parte de la “economía con alma” que incorpora las necesidades de los más desfavorecidos) deberá estar más atenta en el futuro al coeficiente de Gini (método para medir la desigualdad) que al IPC que determina nuestro poder adquisitivo. Sin embargo, también es justo esperar de nuestras entidades -a las que se les atribuye una mayor sensibilidad para gestionar los servicios sociales- que incorporen explícitamente el máximo compromiso con el mantenimiento del empleo. El límite –en nuestro caso siempre ha sido así- lo marcará la razonable y razonada viabilidad del conjunto. Nos entristece comprobar como van desapareciendo día tras día organizaciones del tejido asociativo. Algunas no pueden soportar la morosidad de las Administraciones Públicas, otras no tienen el suficiente respaldo financiero, otras (excesivamente dependientes de subvenciones) no se han provisto de un mínimo de capitales propios y, en general sucumben a la agregación de todos estos factores. Los valores de la buena gestión –de su valor añadido, de sus menores costes al no tener que retribuir al capital, del compromiso activo del voluntariado- quedan oscurecidos y pronto la extraordinaria función social que han realizado será olvidada. Esta crisis está haciendo sufrir a muchas (demasiadas) personas. “Todo proceso de modernización de la economía tiene como consecuencia más importante la modificación de la estructura de la ocupación” (J. Majó, 2010), es decir, la reducción de puestos de trabajo en algunos sectores y la creación de nuevos empleos en otros. No es en el sector de los servicios y de la atención a las personas donde se está destruyendo empleo de forma masiva, pero también está recibiendo las ondas expansivas de esta Gran Recesión. Bien al contrario, es un sector con un alto potencial de empleabilidad.
Hablemos; aunque sea con la brevedad que requiere este somero análisis.
Decía Keynes que “lo inevitable no sucede nunca. Siempre es lo inesperado.” Siempre he creído que las organizaciones deben aprender a convivir y, eventualmente, a sobrevivir a la incertidumbre. Nuestra historia organizacional (iniciada en los 80) está repleta de episodios y apuestas inciertas. Seguramente han sido los momentos más didácticos y creativos. Algunos incluso sospechamos que la certidumbre es enemiga de la innovación. En cierto modo, nuestro estilo de gestión se adapta bien a las situaciones difíciles. Pero la gravedad, contundencia y aceleramiento de los cambios me recuerda la fina ironía de Robertson Davies “…tuvo la sensación de que todo sería peor de lo que su generoso pesimismo había previsto.”
Ante esta enorme frustración social que se está produciendo, es el momento de transmitir sosiego, solvencia y confianza. Conviene decir, porque es la verdad sin autocomplacencias ni autoengaños, que la nuestra es una organización construida con materiales muy sólidos, con el esfuerzo, la ilusión y el sacrificio de muchos profesionales y de muchísimos voluntarios. Construida durante un tiempo en que tal vez a otros no les parecía necesaria tan elaborada cimentación. Como dicen nuestros –en exceso cautos- proveedores financieros, es una Entidad que ha hecho los deberes. Deseamos compartir esta especie de “tranquilidad en estado de alerta” con las 1.500 compañeras (incluimos aquí casi un 20% de compañeros) y con los más de 300 voluntarios para seguir aportando lo mejor de nosotros a los 80.000 usuarios, a los que dedicamos nuestro esfuerzo y de los que obtenemos nuestra razón de ser como organización.
La Fundación sostiene:
• Que, desde el respeto y la lealtad institucional con las Administraciones que han depositado en nosotros su confianza, nos reafirmamos en el compromiso con la tarea (el bienestar y la salud de los usuarios y beneficiarios de nuestros servicios) y el nivel de calidad asumido.
• Que seguiremos priorizando los valores de proceso (esfuerzo, compromiso, profesionalidad, eficiencia, eficacia) que favorecen una utilización juiciosa de los recursos (materiales y humanos) en la producción de servicios.
• Que la transparencia, la austeridad, los mecanismos de control y equilibrio presupuestario han sido y seguirán siendo una praxis ética cotidiana.
• Que se ha innovado y diversificado en sus temáticas de intervención social.
• Que se ha renovado y reinventado a sí misma en cada pacto con otras organizaciones sociales y también mercantiles (de todas hemos aprendido y aprendemos y todas tienen nuestra gratitud). Los acuerdos colaborativos son ya una tradición en nuestra organización.
• Que el conjunto de la Entidad, ahora más que nunca, asume su alta cuota de Responsabilidad Social.
Cuando Constanza Alarcón (mujer sabia y eterna) inauguró la última etapa de esta organización (“la nave va”) previó algunos riesgos de navegación (frustraciones, duelos y pérdidas). Nuestro Presidente actual no acepta perder ni el sentido del humor. Sigamos su consejo.
En definitiva, FSC se halla preparada para enfrentar juntos este nuevo (viejo) reto social, con sus diversos riesgos que nos impone esta previsible e inesperada Gran Recesión. Aunemos nuestras verdades (casi todas serán ciertas y la mayoría verificables) para que las mentiras no tengan razón.
El servicio, gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC) en Altea (Alicante),…
Hace unos años, este centro tutelar, de titularidad del Ayuntamiento de Donostia, que cuenta con 16…
Francisco Javier Calderón Les es voluntario desde hace aproximadamente un año y medio del Centro…
El programa ofrece apoyo y acompañamiento gratuito en salud mental y/o conductas adictivas (patología dual)…
Nuestro compañero Otger Amatller, coordinador del Departamento de Prevención de la Fundación Salud y Comunidad…
El servicio, de titularidad de la Generalitat Valenciana, gestionado y dirigido por la Fundación Salud…