La Comunidad Terapéutica “Can Coll” de FSC ha iniciado este año un programa de colaboración con el Centro Penitenciario de Lledoners en Sant Joan de Vilatorrada (Barcelona). El proyecto fue presentado el pasado año en el Ágora de la Federación Catalana de Drogodependencias y se ha desarrollado de forma experimental con buenos resultados, tanto en el centro terapéutico residencial como en la prisión, a través de la creación de espacios de encuentro entre usuarios/as de esta comunidad terapéutica e internos en régimen de privación de libertad.
Entre las personas que ingresan en prisión, la drogodependencia es uno de los problemas más importantes. Por ello, se contempló el interés de poner en marcha un programa de trabajo conjunto entre personas privadas de libertad del centro penitenciario de Lledoners por delitos contra la salud pública, como tráfico de estupefacientes a pequeña y gran escala y delitos derivados de conducción irresponsable de vehículos bajo los efectos de las drogas y, por otra parte, usuarios/as de “Can Coll”.
En este último caso, se incorporaron al proyecto personas que están ingresadas en la comunidad terapéutica en tratamiento de rehabilitación, en las que la alternativa de prisión, en un momento dado, ha estado muy próxima. Se trata en muchos casos de usuarios que, además de consumir drogas ilegales y legales, también han traficado con drogas y que asumen las consecuencias que se han derivado de dichas conductas y decisiones. “La línea que diferencia uno y otro destino es en muchos casos casi imperceptible y en ocasiones cuestión de suerte”, señala Jordi Morillo, director de la Comunidad Terapéutica “Can Coll”.
Uno de los objetivos fundamentales de este programa ha sido favorecer un mayor acercamiento entre usuarios/as de ambos servicios para mejorar la empatía y la percepción real del otro, tratando de contribuir con ello a superar prejuicios, muy frecuentes en este ámbito, teniendo en cuenta que el nexo de unión entre unos y otros participantes del programa son las consecuencias que se derivan de las drogas.
“Los estereotipos se reflejan de muchas formas. Por parte de los usuarios de la comunidad terapéutica, vemos en ellos ideas como que los traficantes viven de su desgracia, que les están pagando una buena vida y evolucionan en base a su drama personal, que no existe la empatía, ni son conscientes del daño que les hacen… Las personas que trafican con drogas piensan a menudo que el consumidor es tonto, que vuelve una y otra vez a una situación de adicción a las drogas, que no es responsable de las decisiones que toma, etc., aunque en muchos casos, el consumidor de drogas trafica con ellas, y el traficante las consume”, afirma Jordi Morillo.
Según mantiene además, el consumidor de drogas responsabiliza, en parte, al traficante de drogas de su problemática, y lo percibe como alguien que saca provecho y beneficio de la adicción del drogodependiente. Por su parte, el traficante de drogas piensa que las personas que consumen no son capaces de tomar decisiones y que desde la adicción repiten patrones de forma voluntaria con un objetivo lúdico. “Desde este planteamiento, nos marcamos el objetivo de cruzar dichas visiones, para poder desmontar los mitos que rodean la percepción de unos y de otros”, mantiene el director de “Can Coll”.
En estos espacios de encuentro se ha logrado crear un clima de confianza y superación personal en beneficio del grupo, que ha sido valorado por los participantes de forma muy positiva. También les ha permitido conocer de cerca ambos servicios, sus características y funcionamiento, lo cual ha supuesto una oportunidad de aprendizaje. A su vez, estos encuentros han proporcionado a los profesionales contenidos para poder seguir trabajando desde cada dispositivo.
Para llevar a cabo este proyecto se ha aplicado la metodología acordada en un grupo de trabajo integrado por profesionales de la comunidad terapéutica y del centro penitenciario, diseñándose diferentes sesiones de encuentro.
Hasta el momento se han realizado seis encuentros en la comunidad terapéutica, y dos en el centro penitenciario con usuarios/as de ambos servicios, espacios que han posibilitado que pudieran compartir experiencias y reflexionar sobre sus diferentes realidades, lo cual les ha ayudado a tener una visión menos estereotipada.
En la primera fase experimental, se ha puesto en marcha el programa y se han llevado a cabo dinámicas de grupo, de dos horas de duración cada una, con una frecuencia mensual y durante tres meses aproximadamente. Se han realizado cuatro sesiones, la primera en prisión y las posteriores en la comunidad terapéutica. En total han participado 8 usuarios de “Can Coll” y 8 internos del centro penitenciario. En estas sesiones han intervenido un psicólogo y una educadora social de la comunidad terapéutica, y dos psicólogas, una trabajadora social y una educadora del centro penitenciario.
En palabras de Jordi Morillo, “después de esta primera experiencia inicial, y dados los resultados tan positivos que hemos obtenido, se mantiene el objetivo de prolongar y desarrollar un programa de colaboración estable, siempre que las condiciones de ambos servicios lo permitan, marcándonos objetivos claros por módulos de intervención, en función de las necesidades de cada dispositivo y ampliando la experiencia a más usuarios/as de la comunidad terapéutica con un perfil concreto de consumidor de drogas ilegales”.
A partir del próximo 16 de junio, el programa se retomará en el centro penitenciario, realizándose los encuentros cada 15 días, para poder aumentar la posibilidad de continuidad de los participantes, teniendo en cuenta la dificultad a nivel estructural y organizativo que supone para los internos poder hacer actividades fuera de la prisión. También se llevarán a cabo las sesiones grupales en “Can Coll”. En la actualidad se está procediendo a la selección de los usuarios/as de ambos centros que participarán en esta segunda edición del programa.
Lo que más dificulta su ejecución es la continuidad y estabilidad del grupo de personas seleccionadas en ambos dispositivos. En la comunidad terapéutica se pueden dar situaciones en las que el usuario abandone el centro de forma voluntaria, o por decisión del equipo técnico de intervención.
En cuanto a las personas privadas de libertad, las condiciones para poder participar en el programa son aún mayores, ya que deben estar en una situación de internamiento, en función del grado de condena que hayan cumplido. Además, deben querer formar parte de forma voluntaria de este programa y cumplir otros requisitos.