El objetivo del presente artículo es aportar algunas reflexiones sobre las intervenciones técnicas que se llevan a cabo en los Puntos de Encuentro Familiar, desde una perspectiva de género y, más en concreto, en los casos de violencia machista.
Recordemos que los Puntos de Encuentro surgen para dar respuesta al derecho de relación de los niños/as y adolescentes con los padres y madres, cuando la satisfacción de esta necesidad se ve amenazada por graves conflictos entre ambas partes, con especial atención a los casos en que se da violencia machista y, a veces, una orden judicial de protección vigente.
La Fundación Salud y Comunidad es una de las entidades que más Puntos de Encuentro Familiar gestiona en Cataluña y Baleares, y en la actualidad se están diseñando estrategias de innovación en el abordaje de las nuevas situaciones familiares con las que se encuentran los y las profesionales que trabajan en este ámbito.
Cabe decir, sin embargo, que nuestra labor profesional responde al marco más amplio, en términos jurídicos, del interés superior del niño/a. Esto supone valorar cuidadosamente caso por caso cuál es la situación más beneficiosa o, más bien, el menor perjuicio para el niño/a. Siempre teniendo en cuenta que los niños/niñas y adolescentes que llegan al servicio ya han sido dañados, en mayor o menor medida, por las situaciones familiares de las que provienen.
Partimos de que existe una desigualdad instaurada en el modelo social que hace que las mujeres tengan el encargo implícito de hacerse cargo de lo que supone la crianza de los hijos e hijas, a veces en su totalidad. Este hecho determina que la exigencia hacia los progenitores sea también desigual, y que a menudo la obligación del padre se limite a la de ser una figura de juegos, sin ninguna otra responsabilidad. Por otra parte, la mujer es estigmatizada socialmente cuando no es ella quien ostenta la custodia y la valoración que se realiza de un abandono, suele ser mucho más dura cuando es ella la que abandona que cuando se trata del padre. Sin embargo, es frecuente que cuando es el padre quien tiene la custodia, se produzca una delegación del cuidado en alguna figura femenina (pareja, tía, abuela, etc.).
Tener presente esto, facilita hacer una valoración más precisa del vínculo que los padres que llegan al servicio, ofrecen a los hijos e hijas. Que un padre pase dos horas semanales o quincenales con el hijo o hija, ofreciendo un espacio relajado de juego, es una cuestión de mínimos. Además, teniendo en cuenta que al tratarse de un espacio de relación «artificial», se da por hecho que los adultos ofrecerán su mejor imagen.
Centrándonos en los casos de violencia machista, tras la separación, a menudo persisten dinámicas de maltrato en la expareja (tales como el control, la amenaza y el maltrato económico) que, al no producirse contacto directo entre ellos, se realizan de forma más o menos explícita a través de sus hijos/as. Y es en este contexto de ser instrumentalizados, que los niños y niñas retoman el contacto con el padre en el Punto de Encuentro.
En general, estos niños y niñas viven el contacto con el padre con una mezcla de emociones a veces contradictorias y difíciles de asimilar, que afectan a su comportamiento y su cotidianidad. Nos encontramos, en estos casos, en que las madres que asumen la totalidad de la crianza de los hijos y las hijas, tienen que hacer frente también a la exigencia de acompañar y proteger al niño/a en este proceso de re-vinculación con el padre.
Respecto a los padres, en la casi totalidad de los casos, no reconocen el daño causado, ni a la mujer ni a los hijos e hijas. Esta falta de reconocimiento implica que no haya ningún tipo de reparación. Reparación entendida como una toma de conciencia de la responsabilidad de los propios actos y de las consecuencias, que lleva asociada ofrecer a los hijos/as una vinculación positiva, basada en la estimación y el respeto; el polo opuesto al maltrato.
En ocasiones, nos encontramos con padres dispuestos a pedir disculpas a los hijos e hijas, pero sin haber interiorizado ni asumido esta responsabilidad. En el mejor de los casos, lo que se observa es que se trata de un mero trámite, de palabras sin contenido, por no traducirse en hechos. En otros, es una estrategia para conseguir algo a través de ellos y ellas (control, sometimiento, manipulación, generar sentimientos de culpa…). En estos casos, un «lo siento», lejos de ser el inicio de una reparación del vínculo, supone un nuevo desprecio y la continuidad del maltrato.
Retomando la idea de la desigualdad de género, que se traduce en diferentes exigencias en el rol parental, se hace patente que los padres, en el mejor de los casos, crean un clima lúdico durante el tiempo que comparten con los hijos e hijas. Cuando se producen dificultades en la relación, tales como que los niños/as hagan reproches, se muestren enfadados, nerviosos o con miedo, se nieguen a tener contacto con el padre, etc., responsabilizan a la madre de estas dificultades en el vínculo y delegan en ella dar respuesta a la necesidad de acompañamiento de los hijos/as. Lo más grave sin embargo, es cuando los y las profesionales perdemos de vista la responsabilidad de cada progenitor en la protección de los hijos/as, y reproducimos la exigencia hacia la madre y/o cargamos en ella la responsabilidad de que se realicen o no las visitas.
Por otro lado, nos encontramos con mujeres en diferentes etapas en el proceso de recuperación de la relación de violencia. Cuando han iniciado esta recuperación, es común que experimenten rabia hacia el hombre que las ha maltratado, y que realicen una sobreprotección de los hijos e hijas, en un estado de marcada fragilidad emocional y de sentimientos de culpa por sentir que no han sido capaces de protegerlos durante la convivencia (sobreprotección que, por desconocimiento, a veces es malinterpretada en el ámbito judicial, al valorar que se trata de «interferencias parentales» o el antiguo SAP, Síndrome de Alienación Parental).
En los casos en que la mujer ni siquiera se ha planteado iniciar el proceso de recuperación, lo que a menudo nos encontramos es a niños/as y adolescentes totalmente desamparados e indefensos, ya que quienes les han de ofrecer seguridad han pasado a ser figuras que, por motivos diferentes, no pueden realizar esta función y los dejan desprotegidos.
La mayor dificultad a la hora de abordar la tarea técnica se encuentra en estos casos. Los y las profesionales deben centrarse en los niños/as, en sus necesidades y protección, entendiendo que son las mayores víctimas de la violencia. Es por ello que, sin perder de vista la sobrecarga ejercida sobre la mujer, es a ella a quien se le plantea la necesidad de que tome medidas que lleven a una protección real de los hijos e hijas. Medidas que pasan, de forma invariable, por iniciar un proceso terapéutico de empoderamiento personal.
Por supuesto, y para que se trabajen las causas, no solo las consecuencias, se hace necesario que estos padres realicen un proceso terapéutico para cambiar la tendencia a establecer relaciones violentas y de dominación y que les permita ofrecer a los hijos/as una reparación real por el daño causado. Desde el servicio, se incide en la intervención en este sentido y hay que decir que en la mayoría de casos, los padres no llegan a iniciar un proceso de cambio, dado que siguen culpabilizando a la expareja y manteniéndose al margen de la responsabilidad por lo sucedido.
En este contexto, las necesidades de niños/as y adolescentes quedan desdibujadas y el mantenimiento del contacto con el padre constituye una fuente de sufrimiento. Así, a menudo nos encontramos con visitas de carácter lúdico, que en realidad esconden una propuesta de relación paterno-filial perjudicial, ya que el padre, no solo no responde a las necesidades de los hijos/as, sino que éstos deben complacer y, en algunos casos, incluso proteger a la madre.
En definitiva, si no se produce una reparación por parte del padre, el mantenimiento de las visitas en estas circunstancias constituye en sí mismo una continuidad del maltrato.
Así pues, consideramos de vital importancia realizar una valoración profesional en cada caso, basada en lo que se observa en el espacio de las visitas de la relación paterno-filial, sin perder de vista que lo que da sentido y nos permite interpretar estas observaciones, es el contexto familiar en que se producen. Sin embargo, se hace necesaria una reflexión que tenga en consideración los estereotipos de género que impregnan las relaciones y los roles paternos y maternos (incluidas aquellas relaciones en las que no se ha detectado violencia), así como lo que implica el fenómeno de la violencia machista en la situación vital de cada miembro de la familia. Es tener en cuenta todos estos factores lo que nos permitirá realizar una valoración más precisa de cuál es, en cada caso y en cada momento, el menor perjuicio para el niño/a o adolescente.