La mirada radical apunta a la raíz de las cosas. Pero las raíces, por lo general, no son visibles. Intentar sacarlas a la luz puede resultar en ocasiones violento, y suponer un riesgo para aquello que queremos estudiar. Debemos tener siempre presente esta doble condición del conocimiento: se muestra a la vez como herramienta indispensable en la construcción de alternativas y como factor de desestabilización de la cohesión en torno a un determinado sentido común. El reto será, por tanto, no renunciar a señalar las raíces de los problemas sociales, al tiempo que construímos con paciencia, desde el diálogo y nuestra práctica diaria, nuevos sentidos de lo común.
En ocasiones, he debatido con distintos profesionales sobre la conveniencia de mantener una mirada radical sobre los fenómenos de la exclusión residencial. Por lo general, se pone en duda que señalando los procesos de exclusión social de amplio alcance, o haciendo hincapié en las condiciones de acceso al mercado de la vivienda, se pueda acompañar con éxito los procesos individuales de inserción de las personas sin hogar. Supuestamente éstas tienen grandes déficits de socialización, y el ser conocedoras de los procesos estructurales que condicionan el acceso a una vivienda, les serviría de «justificación» e impediría que se hiciesen responsables.
Esta visión forma parte de un fuerte sentido común, que se ha formado a partir de las teorías económicas individualistas, del histórico peso del asistencialismo confesional en la intervención social, y de la aceptación, como si de una fatalidad se tratase, de las políticas neoliberales aplicadas desde hace más de treinta años en todo el mundo. La separación conceptual entre una «responsabilidad social» y una «responsabilidad individual» se ha mostrado, como muchos autores han argumentado (R. Castel, 1997; A. Supiot, 2011; Abrahamson, 1995; A. Sen, 1995), inoperante para comprender la «cuestión social ampliada» en las sociedades postindustriales. Pero no por eso ha dejado de funcionar como discurso legitimador de un determinado orden de cosas.
Por otro lado, adoptar una mirada radical sobre la exclusión residencial simplemente consiste en apuntar que el problema de las personas sin hogar se explica fundamentalmente por tres variables:
Para quien esté al día de la abundante literatura científica sobre el sinhogarismo esta visión no será, sin duda, nada escandalosa. Pero, a menudo, la formación de las personas que trabajamos en el ámbito social y la creciente profesionalización de los recursos desde finales de los años 80, no ha recogido las mismas sensibilidades y estándares de calidad en los distintos países europeos. El atraso de España en este sentido viene constatándose al menos desde mitad de los años noventa (Laparra et. al., 1995), por lo que nuestro esfuerzo debe ser mayor.
En mi trabajo en el Centro de Acogida para Personas sin Hogar de Alicante (de titularidad del Ayuntamiento de Alicante, y gestionado por la Fundación Salud y Comunidad desde 2002), he podido comprobar cómo mantener una visión radical sobre la exclusión residencial, a partir del estudio, la formación continua y la colaboración con el ámbito académico, no solo mejora el acompañamiento a los participantes, sino que produce una ruptura epistemológica muy sana para cualquier profesional. Ya que nos sitúa en la coyuntura de identificar los límites de nuestra intervención, y qué parte de nuestro trabajo puede reproducir las mismas pautas excluyentes de la sociedad general. Tampoco en esto hay nada excesivamente novedoso: el conocido «efecto Mateo» es un lugar común para quienes estudian los procesos de exclusión y el trabajo desde los distintos Servicios Sociales.
Por otro lado, el trabajo social radical desarrollado en Gran Bretaña, o las propuestas de Marchioni (La utopía posible: la intervención comunitaria en las nuevas condiciones sociales, 1994), son vertientes teórico-prácticas disponibles desde mediados de los noventa, que siempre podemos explorar como parte de nuestro trabajo de mejora de la atención.
Sin duda, el constatar los límites de nuestra intervención y las contradicciones sociales de los recursos para la inserción en los que trabajamos, nos sitúa muchas veces en posiciones incómodas. Pero esta incomodidad es, precisamente, la que lleva a la búsqueda del conocimiento, a la experiencia de la mirada radical que, al tiempo que cuestiona, nos cuestiona. Merece la pena correr el riesgo, porque la recompensa será cambiar un sentido común muchas veces paralizante e infértil, por nuevos sentidos de lo común, ricos en matices y sensibilidades, que se adapten a las condiciones cambiantes y no se cansen de proponer «utopías posibles».
Juan M. Agulles.
Sociólogo. Educador en el Centro de Acogida e Inserción (Alicante).
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