Una de las funciones de esta tipología de recurso va dirigida a conseguir que el impacto de la separación o el divorcio sea el menor posible sobre los hijos e hijas, ayudando a los padres y madres cuando lo necesiten y, por supuesto, a los niños y niñas, para que se sientan atendidos, protegidos y queridos. También, ayudar a configurar una nueva situación familiar en la que, ante todo, se garantice en todo momento su bienestar.
Por desgracia, las controversias y conflictos familiares llegan a tales extremos que es necesaria la intervención de servicios como éstos, para poder garantizar un mínimo de relación entre los hijos e hijas y sus padres y/o madres, donde se vele por su bienestar.
Para muchas de las familias, estos recursos no son más que otro instrumento con el cual podrán seguir litigando por su causa. Pocas son las familias que llegan a estos servicios con la mirada puesta en el sufrimiento de sus hijos e hijas, y con la voluntad de reparar el daño que los conflictos familiares puedan haberles causado.
Es, por ello, que las primeras intervenciones con las familias pasan por centrar el objeto de nuestro trabajo, el motivo por el cual ellos y ellas están aquí; que no es otro que sus hijos e hijas. Este trabajo, centrado en los más pequeños, no se consigue si las familias desconocen el sentido de nuestro trabajo.
Por otra parte, si tuviéramos en cuenta el elevado grado de conflictividad familiar, los altos niveles de angustia de unos y otros, y la poca visibilización de los niños y niñas, en muchos contextos, no sería difícil dejarse arrastrar por las necesidades de los adultos, y nuevamente olvidar a los más pequeños y pequeñas.
Es por ello, que uno de los trabajos más importantes de los equipos técnicos de estos servicios, pasa por recolocar constantemente a los niños y a las niñas como protagonistas, precisamente para evitar que las historias personales de los padres y madres, desdibujen las necesidades emocionales de sus hijos e hijas.
Es sumamente importante que nos unamos a los pocos servicios capaces de hablar por boca de los más pequeños. No tienen que ser recursos que se limiten a cumplir con el régimen de visitas establecido en sentencia judicial, sino que tienen la obligación de escuchar la voz de sus protagonistas y elevarla hasta donde sea necesario, en favor de su bienestar.
Como servicios, tienen el privilegio de poder intervenir con todos y cada uno de los implicados en el conflicto familiar, analizando las difuncionalidades familiares, aportando herramientas para fortalecer las competencias parentales y marentales, etc. y, sobre todo, interviniendo para que cada uno de ellos asuma su responsabilidad respecto a sus hijos e hijas; y si esto no ocurre, poder evitar más sufrimiento a los niños y niñas, pidiendo a quien corresponda la suspensión de esas relaciones dañinas.
Las familias que consiguen girar el centro de interés hacia el bienestar de los niños y niñas, pueden llegar a empatizar con ellos y su sufrimiento, pueden llegar a pedirles perdón por el daño causado… pueden, en ocasiones llegar a reparar daños; pero las familias que, a pesar de la intervención técnica ofrecida por estos servicios, no son capaces de poner en el centro de su interés a sus hijos e hijas, y mucho menos, asumir responsabilidades en relación a ellos, no podrán reparar estas relaciones dañadas.
Como servicio público, tenemos la obligación y responsabilidad de elevar las voces de los niños y niñas y hacerlas escuchar.
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