La expresión de la sexualidad cambia a lo largo de la vida en función de la situación personal, emocional, física, etc. El envejecimiento es una etapa del proceso vital donde se producen cambios biológicos, psicológicos y sociales que también afectan a la sexualidad. El estereotipo dominante en la sociedad actual respecto a la sexualidad de las personas mayores es el antagonismo entre sexualidad y envejecimiento, sobre todo respecto a las mujeres.
Siguiendo a algunos autores como Carlos Verdejo, tenemos interiorizados una serie de mitos tradicionales sobre la sexualidad de las personas mayores, que afectan bien a una consideración social derivada de una discriminación por la edad (el sexo se acaba con la edad, es un hecho anormal, es pernicioso, vicioso y vergonzante), bien al hecho bio-psicológico de gozar (las personas mayores no disfrutan con el sexo, no tienen suficiente capacidad fisiológica que les permita tener conductas sexuales, los cambios orgánicos conllevan la desaparición del deseo sexual…).
Otros prejuicios socioculturales se refieren a que las mujeres solo deberían tener sexo por amor; el silencio sexual que enfatiza que las mujeres no deberían mostrar interés por el sexo; en este sentido, la idea preconizada por la educación represora que entiende el sexo como medio estricto para la reproducción, del que no se espera que medie el deseo, y la consideración social de los cuerpos de las mujeres como objeto de deseo, que incluye altas expectativas acerca del atractivo y la imagen corporal, con las inevitables repercusiones sobre la autoestima de las mujeres mayores, según otros autores como Susan Sontag.
Se trata de mitos que han configurado el pasado y el presente de hombres y mujeres, y que interfieren de manera clara en la idea de la sexualidad y de cómo la viven las personas mayores.
Por otra parte, las transformaciones anatómicas y funcionales en los órganos sexuales, las alteraciones del sistema hormonal, el desarrollo de patologías crónicas y/o los tratamientos farmacológicos, entre otros, pueden condicionar la actividad sexual de los mayores. Estos cambios pueden influir, junto con otros factores como el grado de incapacidad y otros de carácter social, como la viudedad, en una disminución de la actividad sexual.
Según Montse García, psicóloga de la Residencia y Centro de Día de Benidorm (Alicante), gestionada por FSC, “a pesar de que la mujer vive más años que el hombre y existe una mayor proporción de viudas, en ellas está mal visto. Sin embargo, en los hombres se acepta y se valora que tengan una sexualidad activa, e incluso que se relacionen con mujeres más jóvenes”.
Sin embargo, la evidencia científica confirma que la edad no supone una dificultad para los deseos y posibilidades de disfrute de las personas mayores. Los estudios pioneros acerca de la sexualidad de las mujeres llevados a cabo por Masters y Johnson afirman que la capacidad de goce sexual de la mujer no decrece con la edad, incluso que la mujer disfruta tanto o más que el hombre.
Algunos estudios posteriores demuestran que un buen número de mayores tienen intereses sexuales a lo largo del proceso de envejecimiento y que disfrutan del sexo, aún en edades avanzadas. Por ejemplo, el estudio llevado a cabo en el Instituto de Neurociencia de Gotemburgo (Suecia) por Nils Beckman, que demuestra que la actividad sexual se mantiene en personas septuagenarias. Afirma que las mujeres de la generación que hoy tiene setenta años, están más realizadas sexualmente que las que tenían su edad hace treinta. En el mismo se destaca una mejora en la calidad de la vivencia de la actividad sexual y se valoran los sentimientos relacionados con el coito como una parte fundamental del bienestar sexual.
Según se señala en el Libro Blanco del Envejecimiento Activo del IMSERSO, “la información adecuada de la influencia del proceso del envejecimiento en la actividad sexual que se proporcione a las personas mayores, es esencial para eliminar los estereotipos y los tabúes de la función sexual, aspecto determinante en la calidad de vida de las personas mayores”.
Para ello, según sus autores, se debe formar al equipo de profesionales directamente implicado en este aspecto del proceso de envejecimiento, que pueda dar las respuestas adecuadas a las necesidades existentes según los casos, dentro del respeto a las opción personal de la persona mayor, tema que abordaremos en otro artículo.
Por otra parte, y de forma paralela, es prioritario un cambio en las actitudes de la sociedad española hacia la erradicación de los tabúes existentes sobre la sexualidad de las personas mayores, considerando la actividad sexual como algo natural, también en la última etapa de la vida.
En este sentido, según afirma Montse García, “ya que la sexualidad nos acompaña desde el nacimiento hasta el fin de nuestros días, y presenta variaciones, en la vejez debemos aprender a aceptarlas, aprovecharlas y desarrollarlas de la mejor manera posible, buscando nuevas experiencias y sensaciones satisfactorias”.
Dejar de tener relaciones sexuales puede ser también otra opción perfectamente válida, cuando proviene de la libertad individual y no del desencanto o la ignorancia, del miedo o la vergüenza, según mantienen diferentes autores.
De la misma manera que podemos decir que envejecemos como hemos vivido, también la sexualidad se plantea como una continuidad respecto a cómo se experimentó en otras edades y, desde luego, se relaciona íntimamente con las ideas y creencias que sobre ella se sostienen.
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