¿Son los abusos sexuales en contextos de ocio nocturno identificados como violencia?

Los abusos sexuales y la alta tolerancia a los mismos en los contextos de ocio representan uno de los principales riesgos para las mujeres jóvenes en estos contextos, especialmente en aquellos casos donde hay consumo/abuso de drogas. La histórica falta de perspectiva de género en el ámbito de drogas se ha ido paliando progresivamente y aunque queda mucho camino por recorrer, hemos avanzado.

Sin embargo, hasta ahora, en los contextos preventivos y/o de reducción de riesgos en drogas, la especificidad de la violencia sexual no ha sido nombrada aun siendo –paradójicamente y a tenor de los resultados encontrados– uno de los principales riesgos de la “noche”, especialmente para las mujeres. La alta tolerancia de nuestra sociedad sobre los comportamientos abusivos de carácter sexual ha contribuido a esconder el fenómeno.

Es por ello que la Fundación Salud y Comunidad, con el apoyo del Plan Nacional sobre Drogas, ha querido iniciar una línea estable de trabajo específica desde el análisis y la intervención preventiva que aspira a cambiar la mirada de los y las jóvenes pero también de los/las profesionales que intervienen en estos contextos (tanto desde la industria del ocio como desde la prevención/reducción de riesgos de drogas y del entorno sanitario).

En este 25 de Noviembre, Día Mundial contra la Violencia de Género, nos ha parecido relevante ahondar en esta cuestión que forma parte, sin duda, de la realidad de la violencia en una de sus más invisibilizadas manifestaciones: la violencia sexual.

En los últimos años se han sucedido una serie de acontecimientos que han hecho saltar las alarmas entre los colectivos que luchan contra el abuso sexual, ya que el fenómeno de las agresiones sexuales en grupo en contextos festivos no ha parado de crecer. Los datos nos muestran que, del total de mujeres atendidas por violencia machista en las oficinas de atención a la víctima, se estima que un 90% sufren o han sufrido también violencia sexual, pero solo entre un 10-15% acaban denunciando esta violencia sexual si es por parte de su pareja o expareja. También se estima que de los casos que llegan por agresiones y violencia una cuarta parte se da en contextos de ocio.

En esta primera fase de nuestro análisis hemos podido llegar a algunas conclusiones. Os mostramos algunas de ellas que nos tendrían que llevar a reflexionar y actuar:

  • Mercantilización sexual del cuerpo femenino: la mujer, como cuerpo, es utilizada como reclamo sistemáticamente en los entornos de ocio nocturno y, especialmente, en el entorno de las discotecas.
  • Mayor grado de “normalización” entre los/as jóvenes respecto a ciertas prácticas abusivas, ampliando el margen de tolerancia respecto a la violencia sexual en estos espacios de ocio.
  • El ocio nocturno está inmerso en la sociedad que presenta una desigualdad estructural entre hombres y mujeres, es decir, aunque haya habido avances relevantes en el terreno de la igualdad, no se configura la noche y el ocio como una excepción donde las mujeres se sienten libres expresando deseos y no son tampoco libres de las lecturas prejuiciosas de sus comportamientos.
  • La percepción social y subjetiva del efecto del consumo de drogas en mujeres y hombres (penalización versus legitimización/desresponsabilización) las sitúa a ellas en una posición de mayor estigmatización.
  • Del mismo modo que ocurre con la violencia de género en su conjunto cuando la ponemos en relación con el consumo/abuso de alcohol y otras drogas, en el caso de la violencia sexual en contextos de ocio nocturno constatamos que el consumo abusivo de sustancias en las mujeres las coloca en una posición de mayor vulnerabilidad de sufrir una agresión sexual puesto que disminuye su capacidad de reacción ante cualquier situación deseada o no deseada a partir de un momento determinado y, además es percibida como más accesible si está bajo los efectos del consumo de drogas.
  • Todo acto de carácter sexual no deseado que no implique una violencia directa es ampliamente minimizado tanto por el colectivo joven (hombres y mujeres) como por los diversos profesionales en relación con la temática desde diversos puntos de vista. En este punto, es importante recordar que el marco para que se produzca la ya visible y reconocible violencia física es una tolerancia generalizada hacia conductas violentas de diversa índole; en este caso concreto de violencia sexual.

Con todo esto constatamos, una vez más, que la percepción de desigualdad en general y de violencia contra las mujeres en particular entre el colectivo de jóvenes no está presente tampoco en estos contextos igual que muestran los datos sobre violencia en las parejas jóvenes (heterosexuales).

¿Cabría, pues, pensar que bajo una “ilusión de igualdad” las mujeres jóvenes pierden estrategias –porque sienten que no las necesitan− para enfrentarse a las nuevas formas que toma el machismo y la violencia? En concreto, ¿la violencia sexual en contextos de ocio pervive bajo la apariencia, en muchos casos, de relación o práctica consentida? Sin duda habrá que seguir profundizando y conociendo este fenómeno si queremos visibilizar las violencias en las generaciones más jóvenes y contribuir a la toma de conciencia.

Gemma Altell
Subdirectora del Área de Adicciones, Género y Familia. Fundación Salud y Comunidad.

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