Un proyecto pretende prevenir la dependencia en ancianos con ejercicio físico.
Al profesor de geriatría Leocadio Rodríguez Mañas le gusta provocar a sus alumnos de último curso de Medicina. El ministro de Sanidad, les dice, denuncia que la mitad de las camas en los hospitales públicos están indebidamente ocupadas por negros. “¡Qué racista!”, contestan a coro los alumnos, “¡cómo se puede decir eso!”. Bueno, no, en realidad denunció que estaban ocupadas indebidamente por mujeres, se corrige Mañas, pero su auditorio reacciona igual: “¿Cómo se puede decir eso?, ¡qué sexista!”. “Pero no”, se corrige Mañas por segunda vez, “en realidad denunció que estaban ocupadas por ancianos”. “Y”, dice Mañas, “ante esta afirmación final no hubo protestas ni ardores, todos lo comprendieron como un problema de gasto sanitario, y eso, eso es lo que me rebela de verdad, la consideración del anciano como un problema, lo que los ingleses llaman ageism, discriminación por edad”. “Pero el verdadero problema no es que los ancianos ocupen los hospitales, el problema es que no salen para adelante”, añade.
Aparte de profesor, Rodríguez Mañas es jefe del servicio de geriatría del Hospital Universitario de Getafe (Madrid) y comprueba diariamente que al hospital llegan ancianos enfermos con discapacidad, sobre los que ya poco se puede actuar, porque es un estado irreversible. “Y podríamos evitar la discapacidad interviniendo en la fase previa, la que llamamos de fragilidad”, dice Mañas. “Así podemos prevenir la discapacidad, y no solo eso, también aumentar la calidad de vida de los ancianos, facilitar su autonomía e independencia”.
En 2006, coordinada desde el Instituto de Salud Carlos III, se creó en España la red de investigación sobre fragilidad. Dentro de la cohorte de Toledo, el catedrático Mikel Izquierdo, que llegaba del campo deportivo -había sido preparador físico, en lo que se refiere a entrenamientos de fuerza, en equipos de balonmano y también en el Liverpool y en el Barça de fútbol-, investigó sobre la función física de los ancianos con acelerómetros. Sus primeras conclusiones fueron que, asociadas al deterioro de la fragilidad y la aceleración hacia la incapacidad, figuran siempre unas constantes: enfermedad, estilo de vida (práctica de ejercicio) y estatus socioeconómico. “Y que la práctica de ejercicios de fuerza constituye la intervención más eficaz para retrasar la discapacidad y sus efectos colaterales, las caídas, el deterioro cognitivo, la depresión”, dice Izquierdo, de la Universidad Pública de Navarra.
Entre la fragilidad y la discapacidad inexorable normalmente media una enfermedad. La más común es la diabetes. A los diabéticos obesos se les prescribe habitualmente una dieta para perder grasas, lo que conduce, si no se le prescribe también ejercicio físico, a una nueva enfermedad, la obesidad sarcopénica. “A un joven que haga ejercicio, la dieta alimenticia le hace perder grasas; a un anciano que apenas se mueva lo que consigue es hacerle perder músculo, con lo que se logran gordos inválidos, discapacitados”, dice Rodríguez Mañas, que hizo llegar a la Unión Europea sus teorías y observaciones. “Y la UE nos concedió seis millones de euros para financiar un estudio que permita demostrar nuestras ideas para que se puedan poner en marcha en residencias y hospitales geriátricos”.
Coincidiendo con el Año Europeo del Envejecimiento Activo, desde Getafe lideran un consorcio con 16 grupos punteros de siete países europeos (España, Francia, Reino Unido, Italia, Alemania, Bélgica y República Checa), con 1.700 diabéticos de más de 70 años que cumplan los criterios de fragilidad. La mitad, el grupo de control, seguirá haciendo lo mismo que hasta ahora; sobre la otra mitad se intervendrá a tres niveles. El primero será relajar el rigor en la valoración del nivel de glucosa para prevenir los riesgos de hipoglucemia y de la presión arterial. El núcleo son ejercicios físicos de fuerza sencillos, como flexiones, para que los puedan hacer todos y dirigidos, sobre todo, al tren inferior: glúteos y cuádriceps. Se realizarán durante 16 semanas, con dos sesiones por semana, en hospitales y centros de salud; después será mantenimiento, y al cabo de un año otras 16 semanas. Y, en tercer lugar, en la nutrición, donde se parte de un nivel no óptimo, con demasiadas dietas restrictivas antiglucosa que conducen a la malnutrición: con ejercicio se logrará que pierdan grasa, no músculo.
Se crearán un total de 125 centros en Europa, 24 de ellos en España en diferentes comunidades autónomas. En todos ellos se efectuarán todos los ejercicios con los mismos aparatos y se medirán con las mismas máquinas calibradas con los mismos métodos. Habrá que entrenar a todos los médicos y enfermeros participantes para usar los mismos criterios a la hora de medir, por ejemplo, la velocidad a la que se hace un ejercicio de andar 4,6 metros. La base de datos en que se depositarán todos los registros se establecerá en Cardiff (Gales).
“En el caso de que la investigación concluya con éxito, se podrían reducir anualmente en Europa en 700.000 los casos de discapacidad”, dice Izquierdo, que se encargará de diseñar y coordinar el programa de entrenamiento de fuerza y las pruebas de valoración de la potencia muscular que se realizarán en toda Europa. “Y esto podría suponer un ahorro estimado a los servicios públicos de salud europeos de hasta tres billones de euros”.
Para probar que el movimiento se demuestra andando, el doctor Rodríguez Mañas ya ha empezado a andar por su cuenta. Se ha movido en Getafe, donde, después de estudiar el enorme coste de las fracturas de cadera, el mayor de los cuales es la muerte, puso en marcha hace seis meses la unidad de caídas. Según Mañas, la fractura de caída produce más mortalidad en ancianos que el cáncer, y mayor mortalidad intrahospitalaria que el infarto, por ejemplo. La gente se rompe porque se cae y la mejor forma de evitar las caídas es conocer sus causas. Y normalmente, los más proclives a las caídas son los diabéticos.
“Todos los hospitales deberían contar con gimnasios para que los ancianos hagan ejercicio físico, imprescindible, por ejemplo, para evitar las atrofias de los pacientes encamados, que podrían también aliviarse con otro tipo de diseño de camas que les permitan, por ejemplo, hacer ejercicios tumbados”, dice Mañas. “Para recuperar lo perdido en 10 días de cama se necesitan dos meses de ejercicio. Pero los ancianos enfermos tienen muy poca reserva de músculo, y se deterioran rápidamente. Por eso hacen falta unidades de geriatría para tratar la fragilidad: al hospital solo nos llegan con discapacidad, no frágiles. Un poco de ejercicio tiene un gran efecto de mejora”.
Fuente: El País