Infancia y Familia

Saliendo del estado de alarma por la pandemia del COVID-19 en el centro de primera acogida y valoración «Lázaro»

En esta ocasión, os queremos dar a conocer cómo está pasando el estado de alarma, ya en su recta final, y la situación derivada de confinamiento, el centro de primera acogida y valoración “Lázaro”, un servicio único en nuestra entidad por sus características. El recurso, situado en Azuqueca de Henares (Guadalajara), está gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC) y la Asociación Lagunduz. Se trata del primer centro al que un/una menor ingresa como residente, una vez decretado su situación de desamparo o riesgo de exclusión social, en la red de protección de Castilla- La Mancha.

Pero antes de explicar cómo ha afectado al funcionamiento del servicio esta situación excepcional, vamos a adentrarnos en el mismo, de la mano de su director, Rafa Pinto. “Nuestra misión es la de atender a los/as menores que nos llegan, normalmente mediante urgencias detectadas por la Dirección Provincial de Bienestar Social del Gobierno de Castilla-La Mancha, y valorar de la forma más eficiente y rápida, sus necesidades socioeducativas y su bienestar emocional, para que sean derivados/as al mejor recurso para ellos/as, de acuerdo a su caso específico”, explica.

La atención que se les brinda en este servicio es integral, abarcando desde las necesidades más básicas, alfabetización, hábitos de higiene… pasando por planteamiento de objetivos de vida, análisis de la situación, refuerzo de fortalezas…. e incluyendo atención psicológica.

El centro comenzó su andadura en 2004, pasando en el año 2017 a ser gestionado por nuestra entidad, y superando el pasado mes de mayo la cifra de 1.000 menores atendidos/as desde su inicio. El servicio cuenta con un equipo profesional, integrado por 12 educadores, 1 auxiliar técnico educativo, 1 psicóloga, 2 auxiliares de servicios generales y un director que es quien nos acompaña en todo momento.

Desde el año 2017 y, debido al flujo tan alto de llegada de menores migrantes no acompañados, principalmente de algunos países del continente africano, el servicio se ha especializado en la intervención con este perfil de adolescentes, procurando brindar siempre una atención de la más alta calidad, centrada en las necesidades de cada persona de manera individual. Es por ello, que cuando fue decretado el estado de alarma el pasado mes de marzo, en el centro tan solo contábamos con menores migrantes, siendo el 80% de origen magrebí”, mantiene Rafa Pinto.

Tratándose de un servicio de carácter temporal, muchos de los/as menores residentes cuando se inició la situación de confinamiento, no eran capaces, debido a cuestiones lingüísticas, de comprender la situación, al no ser capaces de entender nuestro idioma, o debido a cuestiones culturales, respecto a una cultura que les era ajena. “Y debido también al hecho de haber llevado un estilo de vida marcado por factores de riesgo que se ven afectados en muchas ocasiones por su tránsito migratorio, hasta su ingreso en este centro. A ello, se añadió el hecho de que 2 días antes del decreto, ingresaron de urgencia a dos menores que venían de una situación de calle y que no tenían interiorizados hábitos de vida saludables, explica.

Respecto al cumplimiento de las indicaciones del equipo educativo, en general, emanadas por las autoridades sanitarias competentes, señala que curiosamente, durante el confinamiento, los/as menores han mejorado pautas de conductas que manifestaban antes de la alerta sanitaria. “De hecho, al equipo educativo nos ha llegado a sorprender la adaptación a todo lo que ha llevado consigo el confinamiento (sin salidas al exterior, ni realización de actividades formativas o de ocio fuera de las instalaciones, ausencia de contacto físico con amigos/as…). Se han adaptado en su conjunto a la ‘nueva realidad’ que nos ha tocado vivir en cada momento durante la pandemia, aunque es cierto que en algunos casos ha costado más que en otros, pero, ni en estos últimos casos, su comportamiento se ha mostrado muy diferente al ya mantenido previamente”, afirma el director del servicio.

Según transcurrían los días, en el recurso se fue instaurando una “nueva normalidad”, en la que no existía la calle, ni el parque, ni la posibilidad de dar un paseo. “Nueva normalidad” en la que tuvimos que recluirnos en nuestra propia casa. “Nueva normalidad” en la que era responsabilidad del equipo profesional ver la forma de hacernos cargo de todos esos huecos y espacios que los/as menores no sabían cómo llenar ahora.

“Nuestras instalaciones cuentan con un generoso patio, y durante este confinamiento se ha convertido en su válvula de escape, su territorio prometido, su cancha de futbol, su barbacoa, su lugar de trabajo, su zona de entrenamiento, su zona de labranza, su zona de charla, su sombra para la siesta…  cada menor ha usado el patio para paliar alguna de las carencias que el confinamiento les ha creado… guiados en todo momento por el equipo profesional”, matiza Rafa Pinto.

Durante el confinamiento, se ha hecho prácticamente de todo: vídeos, marquetería, juegos, deporte, pintura, siembra, cuidados del jardín, pimpón (pimpón, bendito y maravilloso tenis de mesa… la actividad estrella, sin duda, reconoce Rafa Pinto), fútbol, deporte, entrenamiento, cine (con palomitas incluidas, apunta), concursos de chapas, corte y confección… pero también los/as menores han aprendido a estar más y mejor con ellos/as mismos/as y sus compañeros/as. “Tuvimos que aprender a comer respetando dos metros de distancia, a celebrar consejos de centro con mascarillas, a lavarnos las manos ‘a cada poco’ y, secarlas bien, a reírnos a lo lejos, a llorarnos, también a lo lejos, a pedir ayuda a gritos, pero siempre echando en falta un abrazo. No ha sido una situación fácil”, mantiene.

Al ser la mayoría de los/as menores practicantes de religión islámica, en medio del confinamiento se vivió el Ramadán, celebración espiritual por antonomasia de esta comunidad y que, por las circunstancias, no han podido celebrar como siempre. “Seguro que será un recuerdo que tardarán en borrar. No podían compartir estos momentos con nadie, más allá del espacio del propio centro. Los/as menores se hicieron responsables de esta celebración, siendo ellos/as mismos/as quienes se repartieron las tareas que del Ramadán emana (preparar la rotura del ayuno, los rezos, servir a los compañeros/as, etc…) y la gran mayoría aceptaron dichas responsabilidades de buen grado”, explica Rafa Pinto.

Gracias al esfuerzo del sector educativo, aquellos/as menores que contaban con recursos educativos, han mantenido una rutina de realizar “deberes”, la cual les ha permitido avanzar aún más en sus aprendizajes e inmersión lingüística. Durante todo el confinamiento, en el servicio, se ha mantenido y se mantiene un taller de castellano, en el que los/as menores avanzan en el conocimiento del idioma, se practican habilidades sociales y se divierten. Es un momento de atención grupal en el que poco a poco, muy poco a poco, van creando “piña”, en la medida de las posibilidades, y se generan sinergias positivas.

Nos encontramos ya en los últimos días de este confinamiento del estado de alarma, y aunque hace ya tiempo que los/as menores tienen autorizadas las salidas al exterior, sorprende que la mayoría no haga uso de este tiempo fuera del centro o si lo hace, es por el mínimo tiempo estipulado. En esta nueva normalidad, muchos de ellos/as han interiorizado el recurso como una parte de ellos/as mismos/as, un lugar donde aprender y fortalecerse para su vida futura… En definitiva, como un lugar de apoyo. Sin irnos más lejos, el pasado domingo, en vez de irse de paseo, muchos decidieron participar en la gran gymkana del centro, o estos días, nos han sorprendido los más mayores, imbuidos, con verdadero interés, en un taller de fabricación de slime casero.

Ante las nuevas circunstancias y las que vendrán, el lunes ya no se concibe como una meta a la que hay que llegar… Ahora, desde el centro de primera acogida y valoración “Lázaro”, reconocen que, tras el transcurso de una intensa semana, todo ha cambiado y se va sin prisa, lejos de querer “comerse el mundo”. Cada cosa a su tiempo. A buen seguro, se seguirá recorriendo el camino, paso a paso, pero con seguridad y con la confianza y firmeza del trabajo bien hecho, contando para ello con un equipo profesional que también ha aprendido mucho de la nueva situación, y que, gracias a este aprendizaje, ahora cuenta con más recursos y herramientas.

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