Lo primero que aprendes cuando empiezas a trabajar con personas sin hogar es que no es lo mismo un hogar que un techo o que una casa. Aprendes e interiorizas mejor la evolución que ha tenido la definición de este colectivo, basada en el tipo de atención que se les ha ido prestando a las personas sin hogar.
Desde “transeúntes”, porque transitaban de ciudad en ciudad por albergues en los que se les ofrecía tres días de alojamiento y una corta entrevista con “la asistenta social” para ver qué podía hacer por ellos/as, pasando por “sin techo”, cuando los albergues empezaron a ser centros de acogida, centros de día, centros de calor y café, y ofrecían algo más que pernocta y manutención básica; hasta llegar a “persona sin hogar”, que implica un plus cualitativo en la atención, al añadir el término-concepto persona. Ello nos remite a las sensaciones que nos evoca la palabra hogar para evidenciar las carencias de estas personas.
Virginia Wolf decía “en realidad, nada ocurre hasta que se describe”, refiriéndose a las mujeres y a todo lo femenino, al uso del lenguaje neutro que invisibiliza a las mujeres. Con las personas sin hogar pasa un poco lo mismo: no se nombran, no tienen un nombre en concreto, no son “las mujeres”, o “la tercera edad”, o “los hombres”, son personas, población, gente, ciudadanos y ciudadanas… que resulta que no tienen hogar, ni techo, ni casa.
El lenguaje es importante porque estructura la mente, dicen las/os profesionales de la psicología, y porque otorga identidad a las cosas y a las personas. Cuando le dices a una persona sin hogar: “quédate en casa”, estamos multiplicando por cero, estamos multiplicando la invisibilidad. Un mensaje mundial, globalizado como es este, deja fuera una vez más a cada una de las personas sin hogar, a cada una de ellas en la situación que cada una esté viviendo. Es una curiosa paradoja: cuando lo más importante en nuestras vidas es nuestra casa, cuando el mundo se paraliza para cuidarse y protegerse en casa, cuando la casa es la vida, aquellas personas que no tienen una, ni siquiera protagonizan una noticia que dure más de un día, no son prioridad en los debates ni en las medidas que se podrían establecer. La invisibilidad sigue siendo su marca, elevada a la pandémica potencia.
Aquellas personas sin hogar que han tenido la suerte de coincidir en estos momentos, en tiempo y espacio, residiendo en alguno de los servicios gestionados y dirigidos por la Fundación Salud y Comunidad (FSC), pasará el confinamiento bajo techo, y en el caso del Centro de Acogida para Personas Sin Hogar (CAI) de Alicante, de titularidad municipal, rodeadas de un equipo excelente de profesionales que procura a diario que, además de techo, tengan hogar. Al resto, el “quédate en casa”, les sugiere una vez más que el mundo sigue funcionado sin tenerles en cuenta y que su confinamiento tendrá que ser en la exclusión, su casa es la exclusión.
Un compañero del CAI nos pidió que reflexionáramos sobre esta pandemia para dejar constancia de este mal sueño, de cara al futuro. Una de las preguntas que nos hacía era, ¿qué haces con tu tiempo libre estos días?, otra de mis compañeras argumentaba que con tanto trabajo no tenía tiempo libre. En realidad, creo que no tenemos tiempo libre, tenemos tiempo en casa. Las/os que tenemos casa, y tenemos hogar, ahora más que nunca, la identificamos con nuestra vida, ahora más que nunca vivimos nuestras casas, ya no son únicamente el lugar donde llegar a descansar o donde pasar nuestro tiempo libre o cenar en familia, ahora son nuestro lugar de trabajo, de descanso, de encuentro, nuestro gimnasio, nuestro colegio. Nuestra casa es nuestra vida.
Entonces, ahora más que nunca, me planteo esta pregunta: ¿las personas que no tienen casa acaso no tienen vida? Nosotras/os, las personas con hogar, estamos confinadas en nuestras casas; ellas, las personas sin hogar, siguen confinadas en la exclusión.
Y salimos cada día a aplaudir desde los balcones de nuestras casas, y soñamos y tenemos la confianza plena en que esto pasará, que todo irá bien y que ya queda un día menos. Un día menos para salir de nuestras casas. A las personas sin hogar no creo que les importe mucho que podamos salir de nuestras casas, les importará en la medida en que al mundo le importe que ellas no puedan confinarse en una. En ellas se ha cumplido aquello de “que paren el mundo, que quiero bajarme”, el mundo ya se ha parado, y las personas sin hogar ya se han bajado, si es que alguna vez estuvieron subidas.
Cristina Jordá Cerdá
Trabajadora Social del Centro de Acogida para Personas Sin Hogar (CAI) de Alicante, gestionado por FSC.
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