Nuestro compañero Fran Calvo, director del Piso Terapéutico “Cosmos” de la Fundación Salud y Comunidad (FSC) en Barcelona, así como docente e investigador en la Universidad de Gerona, ha participado en un estudio, junto a otros investigadores de esta misma universidad, de la Universidad de Barcelona y del Instituto de Investigación Biomédica de Gerona, en el que se analiza la percepción de distintos profesionales expertos en el fenómeno del sinhogarismo, durante las primeras semanas del estado de alarma, como consecuencia de la pandemia del COVID-19. En este estudio, en el que se muestra la visión de las entidades especializadas, han participado de forma anónima diferentes profesionales de nuestra entidad que trabajan en este ámbito.
El estudio se recoge en un artículo publicado recientemente en la Revista de Educación Social (número 31, julio-diciembre de 2020), bajo el título de “¿Qué pasó con las personas en situación de sinhogarismo durante el confinamiento? Estudio sobre la percepción de profesionales sobre las medidas tomadas ante el estado de alarma por el COVID-19”.
El método empleado en esta investigación fue el análisis cualitativo de contenido temático. Se creó un cuestionario en línea ad hoc, con preguntas abiertas sobre la percepción de la gestión de la crisis del COVID-19 en los dispositivos dirigidos a personas en situación de sin hogar, que fue contestado por 202 participantes, profesionales de la educación social, el trabajo social, la integración social y la psicología, de prácticamente todas las comunidades autónomas en España.
Las principales conclusiones indican que los servicios tuvieron muchas dificultades para adaptarse a la situación de confinamiento, las cuales repercutieron especialmente en la salud mental de los y las profesionales. En relación al impacto en los mismos, se reportaron situaciones de adaptación y resiliencia, además de una alta motivación profesional que ayudó a sobrellevar las dificultades.
En este sentido, la cohesión en los equipos profesionales fue un pilar para poder hacer frente a los obstáculos, si bien, a pesar de este apoyo y motivación, también fueron muy frecuentes los indicadores de estrés laboral, desgaste profesional y tensión emocional.
Estas situaciones, tal y como se señala en el artículo, se vieron alimentadas por múltiples factores, destacando la ampliación de la jornada laboral, la alta carga de trabajo, la necesaria adaptación a una realidad cambiante, el miedo al contagio y la impotencia al no poder dar respuesta a las personas usuarias. En este contexto, el teletrabajo, promovido inicialmente para evitar el riesgo de contagio, también se convirtió en un elemento fundamental para paliar los efectos negativos de la situación que se vivía en los equipos de profesionales.
Los resultados del estudio no ponen en duda la implicación de profesionales y voluntarios/as, así como las dificultades en la toma de decisiones cuando los cambios se producen de forma tan rápida, pero sí evidencian que, en un ámbito de atención a las personas que no cuenta con el compromiso político y los recursos necesarios, hay respuestas que no se pueden dar, ya que no son posibles. A pesar de la voluntad de evitar riesgos ante la pandemia, en muchos casos no solo no se consiguió, sino que también se multiplicaron exponencialmente otros riesgos ya existentes y se incrementó la vulnerabilidad social, según se detalla en este artículo.
En el mismo también se señala que las personas sin hogar con problemas de salud mental y/o adicciones, especialmente aquellas que fueron confinadas en macroinstalaciones temporales, fueron las que más dificultades sufrieron. Estas macroinstalaciones, dirigidas a proporcionar un espacio para el confinamiento de personas en situación de calle, generaron dinámicas comunitarias, en las que las personas sin hogar fueron las más perjudicadas. Además, a muchas personas con diferentes problemas de salud mental o adicciones les costó sobrellevar la situación de confinamiento por el elevado número de personas usuarias en estos dispositivos, así como por la necesidad de deambulación de algunas y/o de conseguir dosis de drogas, en caso de dependencia.
Sin embargo, los recursos residenciales de tamaño reducido, que limitaron su acceso y se confinaron, tuvieron más facilidad para gestionar las circunstancias que se daban. En este sentido, en algunos casos de servicios de pequeño tamaño como albergues de pocas plazas en situación de confinamiento y que no permitían nuevos ingresos durante el estado de alarma, se generaron momentos de especial solidaridad entre personas sin hogar, en las que se ayudaron y colaboraron en beneficio común. Igualmente, en estos servicios se observaron situaciones que favorecieron el cambio de hábitos, como disminución del consumo o el intento de abandonarlo.
El artículo finaliza con una recopilación de aprendizajes y recomendaciones de los y las profesionales que han participado en este estudio, a tener en cuenta en caso de futuros rebrotes o epidemias, en el caso del colectivo de personas sin hogar. Entre otros, la necesidad de abordar el contexto de estrés laboral y tensión emocional de los equipos de profesionales; contemplar la opción de teletrabajo como un elemento importante para mantener la estabilidad y salud de los equipos; realizar una planificación del mapa de recursos en los diferentes territorios y zonas o establecer protocolos de comunicación y participación efectiva de personas usuarias, profesionales y voluntariado, dado que se considera necesario contar con todas las personas involucradas.
Asimismo, tal y como se mantiene en este artículo, estos protocolos deberían incluir herramientas para evitar, detectar y reaccionar ante malas prácticas que, si ya de por sí son graves, podrían tener efectos peores cuando la vulnerabilidad social es todavía más acuciante. En este sentido, se señala que no se deberían justificar todavía más restricciones de derechos de las que ya sufren las personas en situación de sinhogarismo.
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