El VIH sigue rompiendo historias, y aunque los avances terapéuticos lo han convertido en una enfermedad crónica, las personas infectadas viven casi 20 años menos que el resto. La epidemia ha vuelto a resurgir con fuerza entre los usuarios de drogas por vía parenteral como consecuencia del cierre de algunos programas de distribución de jeringuillas.
El VIH sigue rompiendo historias, y aunque los avances terapéuticos lo han convertido en una enfermedad crónica, las personas infectadas viven casi 20 años menos que el resto. Por otra parte, sabemos que a medio plazo no habrá vacuna y que los cambios de conducta tienen límites. Por eso las noticias sobre el posible uso de los fármacos antirretrovirales (ARV) no solo para tratar sino también para prevenir la infección generan una gran expectativa. Recientemente se ha celebrado en Atlanta (EEUU) la 20ª Conferencia sobre Retrovirus e Infecciones Oportunistas, una de las reuniones científicas con más impacto en el ámbito del VIH/sida. Se presentaron varios estudios que demuestran que, si bien en condiciones ideales como son los ensayos clínicos los ARV disminuyen el riesgo de infectarse, en la práctica las cosas no son tan fáciles y pueden tener efectos contraproducentes.
Escribo este artículo desde Estocolmo, donde el Centro Europeo para el Control de Enfermedades ha organizado una reunión de expertos para estudiar qué más se puede hacer para disminuir el impacto de la epidemia del VIH y otras infecciones de transmisión sexual entre los hombres que tienen relaciones con hombres, el grupo más afectado también en nuestro país. No es fácil. Cuando hablamos de sexo hablamos de una de las conductas humanas que movilizan más emociones y que, además, está mediatizada por un montón de determinantes culturales y de contexto que pueden no tener nada que ver entre un país y otro. Queda claro, sin embargo, que la prevención debe basarse en evidencias científicas y no en buenas intenciones ni en intereses políticos o económicos, y que con la información actual no hay ninguna intervención que por sí misma pueda revertir la epidemia.
Hay gobiernos, como los escandinavos, que no implementan ninguna política que no cuente con la correspondiente evidencia científica y no haya sido evaluada adecuadamente. En el sur, donde la bondad del tiempo y la subjetividad del poder no han hecho tan necesaria la aplicación del rigor metodológico, las políticas demasiadas veces se hacen deprisa y corriendo y a golpe de titular de prensa. Además, la situación económica hace peligrar algunos de los logros conseguidos con muchos menos recursos que los vecinos del norte. En Grecia y Rumanía, por ejemplo, la epidemia ha vuelto a resurgir con fuerza entre los usuarios de drogas por vía parenteral como consecuencia del cierre de algunos programas de distribución de jeringuillas.
En este contexto, con la evidencia científica que se está generando actualmente y con las complejas tendencias de conducta sexual de los jóvenes -entre los que están aumentando también el herpes o la clamidia-, está claro que hace falta un cambio de paradigma en la prevención y el control del VIH y las enfermedades de transmisión sexual. Pese a que la educación sexual, la promoción del preservativo y los derechos civiles deben seguir siendo los pilares de las políticas de prevención, hay que empezar a probar nuevas estrategias, tan diversas como los servicios integrales comunitarios, el uso de internet y otras nuevas tecnologías para acceder a las redes sociales, las pruebas diagnósticas rápidas (incluyendo la del VIH, que el propio usuario puede hacerse en casa) y -en escenarios muy específicos- el uso de ARV con fines preventivos.
Pero tan malo sería esperar demasiado como correr demasiado. Catalunya, a diferencia del Estado, ha hecho el esfuerzo de preservar la financiación de las oenegés comunitarias; ha sido reconocida, junto con Suiza, como una de las regiones europeas con los mejores sistemas de información para describir la epidemia y sus determinantes, así como para monitorizar y evaluar la respuesta, y dispone de una excelente red asistencial especializada. Si hay voluntad política y liderazgo, están los ingredientes para hacer frente a los nuevos retos. Habrá, sin embargo, que aprender a trabajar más unidos y, olvidando el buen tiempo, usar el método científico para evaluar y priorizar con rigor los recursos y las intervenciones.
Fuente: Jordi Casabona. Médico epidemiólogo. Fundació Sida i Societat. (El Periódico de Catalunya)
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