El sinhogarismo, como fenómeno con un importante componente estructural, hace especial mella en determinados grupos sociales que, de por sí, ocupan una posición de desventaja. Entre estos grupos, por una cuestión de justicia ante la histórica invisibilización que han sufrido, cabe destacar el caso de las mujeres.
Aunque minoritarias (pero en aumento) e infradetectadas entre la población sin techo, existen diferentes estudios que evidencian cómo la presencia de mujeres es mayor en otras categorías de exclusión residencial, de acuerdo con la clasificación ETHOS. Formas ocultas de exclusión que, relegadas al ámbito privado, quedan invisibilizadas y, por tanto, ignoradas a la hora de ofrecer respuestas orientadas a la mejora de su situación. Nos referimos al hecho de convivir con una pareja maltratadora, en casas de amistades o conocidos en condiciones de precariedad extrema, infravivienda, sufriendo abusos, etc.
Y si vivir en la calle es duro, muy duro… ¿qué tendrán que haber pasado las mujeres que se encuentran en esta situación para aceptarla como alternativa a otras formas de exclusión residencial?
No es extraño que, aun siendo unas supervivientes ante el fallo de los sistemas de protección social, las mujeres que conocemos a través de los recursos de atención a personas sin hogar, lleguen rotas. Y es que, comparativamente respecto a los hombres, presentan un mayor nivel de deterioro físico y mental (Sánchez, 2007), cuestión que va de la mano con el elevado número de experiencias traumáticas que han sufrido a lo largo de su vida.
En concreto, en el Centro “El Carme” de Valencia, gestionado y dirigido por Fundación Salud y Comunidad (FSC), de titularidad del Ayuntamiento de Valencia, otra de las características que comparten estas mujeres, suele ser el hecho de padecer algún tipo de adicción, lo cual sin duda agrava su situación.
En este sentido, las mujeres sin hogar en consumo activo presentan mayor estigma (por consumir, por no responder al rol asignado de cuidadoras del hogar, ser malas madres, etc.), mayor deterioro (ansiedad, depresión, ideas autolíticas, trastornos alimentarios, estrés postraumático, etc.) y, en consecuencia, mayor nivel de vulnerabilidad.
En relación con esto último, el hecho de haber sufrido a lo largo de su trayectoria vital o estar sufriendo en la actualidad abusos sexuales, violencia, relaciones de dependencia, embarazos no deseados, prostitución como modo de supervivencia y mantenimiento del consumo, o comportamientos de riesgo, puede conllevar que sus prioridades cambien y no respondan a las expectativas profesionales, siendo su objetivo (incluso de forma inconsciente) mantenerse en pie antes que abandonar el consumo.
A menudo, tal como se ha señalado, fueron o están siendo víctimas de la violencia machista (agresiones, acoso, insultos, vejaciones, etc.). Una violencia que no solo es ejercida por sus parejas, sino que también puede proceder de otros hombres con los que comparten espacio en la calle, o incluso en los recursos de atención a población sin hogar.
No podemos obviar que nos encontramos en un ámbito masculinizado y que, tradicionalmente, los dispositivos destinados a este grupo poblacional han sido espacios masificados y diseñados para ser utilizados por hombres, ignorándose así las especificidades que presentan las mujeres sin hogar.
Por ello, frente a estas amenazas, junto a la imperiosa necesidad de investigar sobre el sinhogarismo femenino, conviene tener en cuenta una serie de recomendaciones a la hora de diseñar los espacios de atención y las intervenciones, como, por ejemplo: generar contextos donde las mujeres sin hogar se puedan sentir seguras física y emocionalmente; ofrecer relaciones con profesionales que favorezcan la toma de decisiones (evitando el autoritarismo, la infantilización, la confrontación, etc.) y que permitan identificar fortalezas (tejido relacional, capacidad de vincular, etc.); trabajar el vínculo profesional y la conexión; trabajar su identidad, su imagen, autoconcepto, fuentes de autoestima, roles, género, etc.; alternar la atención individual con el trabajo en grupo (permitiéndoles así abordar el estigma de forma conjunta); legitimar sus emociones; ofrecer incondicionalidad, tiempo y escucha; cuidar la confidencialidad; o reforzar logros y avances, entre otras.
La duda es: ¿es esto posible en espacios mixtos en los que los hombres también están presentes? Evidentemente, no es el contexto ideal, pues como muestran otros trabajos, en este tipo de espacios las mujeres tienden a autocensurarse, a no expresarse con libertad, no hablar de su intimidad, etc. Se sienten cohibidas, cuando no silenciadas, y se reducen las posibilidades de establecer relaciones de apoyo no competitivas.
Sin embargo, no siempre es posible trabajar con mujeres en espacios no mixtos ni todos los espacios mixtos son iguales (el tamaño y volumen de atenciones importa, como también la arquitectura del centro, etc.). Tampoco todas las mujeres sin hogar (incluyendo a quienes se encuentran en consumo activo) tienen las mismas necesidades o han vivido las mismas experiencias vitales. Por ello, también cabe destacar algunas recomendaciones a nivel general, si trabajamos con mujeres en centros mixtos como, por ejemplo: contar con protocolos de actuación (frente a violencia machista y/o situaciones de acoso), desglosar los datos de atención, formar al equipo de profesionales y trabajar en equipo para repensar la intervención o el espacio, reservar zonas o espacios exclusivos para mujeres, trabajar también con los hombres sin hogar, adoptar un enfoque de género en el diseño arquitectónico, o revisar los espacios con gafas violetas, entre otras.
Afortunadamente, en los últimos años se va detectando una mayor sensibilidad por las especificidades de las mujeres en situación de sin hogar, aumentan los recursos o espacios segregados, como también los espacios mixtos se someten a procesos de revisión con enfoque de género. Ojalá llegue el día en que no tengamos que seguir hablando de todo esto porque el derecho a una vivienda digna sea efectivo para toda la población. Mientras tanto, y a pesar de los avances, seguiremos recorriendo el largo camino que nos queda, revisándonos y repensándonos.
Elena Matamala Zamarro
Directora del Centro para personas en situación de sin hogar «El Carme” de Valencia.