Me llamo Maite Catalá, tengo ya casi cerca de 68 años y soy abogada en ejercicio desde el año 1978, primero como laboralista y después, como especialista en derecho de familia. Desde hace más de 35 años, he compaginado el ejercicio privado en un despacho colectivo con la atención a mujeres dentro de los servicios municipales de asistencia jurídica a la mujer, en los que atendía consultas de las diferentes ramas del derecho, principalmente derecho de familia y violencia de género, pero también cualquier consulta referente a arrendamientos, laboral, desempleo, pensiones etc. Todo ello con el objetivo de facilitar a las mujeres la información sobre sus derechos y la forma de ejercitarlos como parte esencial de la construcción de una igualdad real y efectiva en la sociedad.
Esto os lo expongo porque quiero haceros partícipe de que el asesoramiento jurídico a las mujeres, muchas de ellas derivadas de los servicios sociales municipales, ha sido y es esencial para el desarrollo, no solo de mi vida profesional, sino mucho más de mi vida personal, hasta el punto de que, en los escasos paréntesis en los que no he prestado ese servicio, notaba su falta como algo muy importante y fundamental para mi propio bienestar general por muy bien que fuera en mi familia, pilar fundamental en mi vida.
Así que, en el año 2017, como una especie de continuidad con mi profesión remunerada, me ofrecí como voluntaria en una entonces llamada por nosotras “casa de acogida”, donde continúo acudiendo. Allí conocí a Mónica, la trabajadora social a la que sinceramente agradezco que me haya facilitado la actual colaboración en el Centro de Recuperación Integral para víctimas de violencia machista “Constanza Alarcón”, en Alicante, gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC).
Mi tarea en este servicio, junto a Mónica, es atender a las mujeres en el seguimiento del camino legal de los procesos de violencia de género en los que están inmersas y acompañarlas en ellos de una manera muy personal y especialmente, cercana y delicada, intentando hacerles comprensibles los múltiples pasos, los tediosos plazos y los endiablados términos y formalidades que los integran.
Al mismo tiempo, gran parte de la labor se sitúa al otro lado -que debería ser el mismo-, esto es, con los abogados/as de las propias mujeres y en el Juzgado en el que se lleva su caso.
Muchas veces, se trata de trasladar a estos/as profesionales la realidad de lo vivido por esa mujer, sus hijos/as y su entorno, así como sus pretensiones. Se podría decir que, al ser su abogado/a, ya conoce todo esto, pero nada más lejos de la realidad: lo mismo le han visto una sola vez, un poco antes del juicio y con la premura “del pasillo”; y, si no hacemos muy bien este acercamiento, puede verse seriamente afectado el resultado de ese proceso y, en consecuencia, una aplicación que no sea justa de los derechos de la mujer, víctima de la violencia y, en su caso, de sus hijos/as.
La atención a las mujeres en estas condiciones, y durante todos estos años, ha sido y es esencial para el desarrollo de mi personalidad y, en general, de mi vida. Me ha hecho esforzarme en intentar cultivar cualidades de las que carecía: escuchar activamente, de forma cercana pero sin falsas compasiones; potenciar al máximo el protagonismo de la mujer y haciendo que sea ella la que opte y decida con la información profesional proporcionada, no determinando nunca la respuesta personal que, en muchas ocasiones, es requerida por la mujer para desviar su carga de responsabilidad; respetar su dignidad y sus tiempos, sus posibles “marchas atrás”, sin que ello produzca frustración, ya que la información prestada sigue ahí, etc.
Entrar en el centro cada lunes para pasar allí cuatro o cinco horas supone para mí respirar felicidad, recibes sonrisas de todas las personas, saben ya quién eres, sin que se lo hayas dicho y notas el agradecimiento y la complicidad en el aire.
Yo recibo muchísimo más de lo que doy y estoy francamente agradecida por permitirme hacer este voluntariado. Creo que, si me dejan y mi cabeza sigue rigiendo medianamente bien, aún con los años que ya tengo, me van a tener que aguantar unos cuantos más porque no concibo mi vida sin “mis mujeres”.