Llevaba tiempo buscando un voluntariado con mujeres víctimas de violencia, había escrito a APRAMP sin éxito… Seguía buscando sitios donde realizar alguna labor, quería pasar a la acción.
Tenía claro que quería trabajar con mujeres, en una sociedad que durante siglos ha tratado a las mujeres como “ciudadanos de segunda” (sin ir más lejos, cuando yo nací, mi madre no tenía derecho por ley a abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su marido o su padre). A cualquier calamidad que te toque en la vida, hay que sumarle siempre las tremendas dosis de misoginia y violencia simbólica que se respiran en el día a día.
No encontraba nada y, de repente, en el grupo de WhatsApp de mi promoción universitaria de enfermeras, leí el mensaje de un compañero. Decía lo siguiente: “por si conocéis a alguien que le pueda interesar… Buscan enfermera para un centro social que atiende solo a mujeres en exclusión, en situación de calle, víctimas de violencia de género, trata y también a veces, consumo de drogas o problemas de salud mental…”.
¡Claro que estaba interesada!, ¡era precisamente lo que estaba buscando! Todas las personas tienen historias detrás, y son estas historias las que les has llevado a estar donde están.
Sinceramente, no creo que muchos de nosotros/as lleguemos a presidentes/as de grandes empresas, a políticos o a millonarios, pero todos/as, con un poco de mala suerte, podemos vernos en una situación de calle, de exclusión, o de trata.
No es difícil llegar a estar así; lo difícil, estadísticamente, es llegar a ser un magnate. Me podría pasar a mí, o a alguno de mis seres queridos y, a menudo, me planteaba qué sería de mí en ese caso, qué pasa después de vivir en la calle…
El día que me entrevisté con Yolanda y con Ana (responsables del Centro “Beatriz Galindo” en Madrid, gestionado por la Fundación Salud y Comunidad, servicio que forma parte de la Red de Atención a Personas sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid) fue para mí un gran día… Salí de allí llena de esperanza, pensando que, si algún día tenía la desgracia de encontrarme sin techo, tenía la gran suerte de vivir en un país que contaba con aquel equipo humano tan estupendo y aquellas impresionantes instalaciones para recogerme…
Me sentí orgullosa y agradecida de haber nacido en este país y ya no podía esperar a empezar allí mi labor. Me daba algo de miedo, porque, aunque llevo casi 30 años de enfermera (y eso curte mucho), nunca había trabajado en un centro similar. No había trabajado con personas en situación de calle y no sabía cómo se me daría conectar con ellas y tampoco estaba familiarizada con las medicaciones de salud mental.
Pronto llegó la realidad y su diferencia con mis expectativas… De hecho, al principio fue todo un shock, incluso no pude dormir las primeras noches, porque me ocurrió algo que no había previsto… ¡sentía miedo!
En una sociedad como la nuestra, no son las tormentas o las hambrunas nuestros mayores problemas, la amenaza mayor para cualquiera de nosotros/as es uno mismo, u otro ser humano. Las personas son también el mayor activo de nuestra sociedad, bien lo vimos durante la pandemia, cuando las calles se vaciaron y daba ganas de llorar al ver todo el vacío, pero los seres humanos somos también peligrosos, somos lo mejor y lo peor.
El primer día tenía tanto miedo que lo pasé un poco regular. Siempre he sido valiente y se esperar, así que me limité a seguir yendo, y a hacer mi trabajo… como en el libro de Mikel Ende, Momo, fui “paso, inspiración, barrida…” y funcionó.
Poco a poco, iban entrando en mi consulta, para que les diera su medicación, para hacerles alguna cura o ponerles algún inyectable… y con aquella excusa, charlábamos. Lo que aprendí en aquella consulta de enfermería es que aquellas mujeres eran iguales a mí, no había ninguna diferencia, comprendía perfectamente sus situaciones, sus miedos, sus ilusiones, sus frustraciones…
Sin duda, las mujeres usuarias del servicio en el que hago voluntariado son mujeres fuertes y valientes, supervivientes de múltiples desventuras que nos hubieran llevado por delante a muchos de nosotros/as. Cada día salía con una nueva historia en la que pensar… Reíamos, charlábamos o llorábamos juntas en la consulta. También, pasábamos momentos tensos, son personas que frecuentemente tienen salidas de tono y a veces se crean problemas potentes.
Creo que es en esos momentos cuando más he aprendido, si era capaz de pararme y pensar, sale de uno mismo lo mejor, y el crecimiento personal tras superar (de alguna manera) estas crisis, es considerable. La experiencia me ha llevado a tener un gran respeto por estas mujeres que me han enseñado cómo incluso en los peores escenarios, son capaces de ofrecer generosamente sus sonrisas, su cariño, su paciencia, su lealtad, su generosidad, su humildad y su aguda chispa.
Son un ejemplo de porqué seguir vivos es un regalo, cada día. Cuando mi padre enfermó dejé el puesto de enfermera, pero pedí seguir yendo a visitarlas. Quería saber cómo seguían, estas mujeres han dejado en mí una huella tan profunda, que hay un antes y un después en mi vida. Pienso mucho en ellas y veo sus mismos patrones en otras personas. En situaciones que antes no comprendía, ahora sus historias me iluminan la escena.
Voy a verlas, igual cada semana o cada dos. Les llevo caramelos, salimos al patio a charlar o damos algún paseo. Me encanta ver sus sonrisas cuando llego a visitarlas. Son momentos sencillos, pero con miles de matices que enriquecen mi vida y tengo la ilusión de que esos ratitos que pasamos juntas, también sean para ellas dulces pausas en sus agitadas biografías.
Quiero agradecer la confianza que el centro y su equipo profesional deposita en mí para seguir disfrutando de esta gran oportunidad. Mil gracias de corazón.
Azucena Cristóbal
Voluntaria de la Fundación Salud y Comunidad
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Gracias a personas como Azucena que existen para una sociedad como la nuestra y particularmente como amiga gracias por existir.
Gracias por lo que habrá disfrutado, con ellas, con esas mujeres fuertes, estoy segura.
Gracias por conocerte.
Gracias por ser.