La ghanesa Eva recibió cinco cerdos e información para aprender a cuidarlos. Al tiempo logró tener 400, pudo comprar más tierras y una motocicleta para llevar productos al mercado, trasladar vecinos al pueblo y llegar más rápido al hospital.
El caso de Eva es sólo un ejemplo de los beneficios de invertir en campesinas, no sólo por sus derechos, sino por sus comunidades y el desarrollo en general, señaló Danielle Mutone-Smith, directora de política agrícola y comercial de la organización no gubernamental Women Thrive Worldwide (mujeres prosperan en el mundo).
Las mujeres tienen menos acceso a fertilizantes, variedades de semillas, ganado, equipos y otros insumos así como a crédito y educación, lo que les disminuye su productividad en comparación con las posibilidades que tienen los hombres, concluye el informe anual de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), divulgado la semana pasada.
La situación varía de un lugar a otro, pero la ecuación de menos producción por falta de disponibilidad de recursos es “lo más cerca que se puede llegar a una generalización en relación con” las granjeras, señaló Terri Raney, economista de FAO y editora de “Estado de la Alimentación y la Agricultura”.
Cincuenta por ciento de la población rural de países en desarrollo son mujeres, pero sólo entre tres y 20 por ciento son propietarias de la tierra, de acuerdo a los datos disponibles. Aumentar los recursos disponibles para las campesinas, lo que el documento llama cerrar “la brecha de género”, es dar un paso hacia el desarrollo económico y la equidad, y combatir la desnutrición.
Con la misma disponibilidad de recursos que los hombres, las mujeres pueden aumentar la productividad entre 20 y 30 por ciento, lo que elevaría la producción agrícola de los países en desarrollo de 2,5 a cuatro por ciento, estima la FAO. Ese volumen de alimentos se traduce de 100 millones a 150 millones de personas desnutridas menos, o una disminución de entre 12 y 17 por ciento. “Hablamos de 100 millones de personas cuyas vidas pueden cambiar con sólo emparejar el terreno”, señaló Mutone-Smith.
Implementación en camino
Una gran proporción de trabajadoras del mundo se desempeñan en el sector agrícola, remarcó Raney. “Las mujeres son importantes para la agricultura y viceversa”, apuntó. “Una política agrícola implica una política de género, pues la mayoría son campesinas”, añadió.
Hace décadas que los donantes conocen esa relación, pero sus acciones se ampliaron en los últimos años, quizá por una mayor conciencia del papel que la productividad agrícola desempeña en el desarrollo económico y de la importancia de las mujeres en el sector, Eija Peju, responsable del trabajo sobre género y agricultura del Banco Mundial.
El Banco Mundial priorizó esta perspectiva en 2007 con la implementación del Plan de Acción de Género para mejorar el acceso de las mujeres al trabajo, los derechos de propiedad, los servicios financieros y los insumos agrícolas, así como políticas para garantizar que el tema figure en los proyectos de la institución.
“Hace dos o tres décadas que el asunto está en el aire”, indicó Peju. “Pero cambió en 2008″, apuntó.
Pehu mencionó un proyecto que permitió que muchas mujeres de Mali obtuvieran un producto de exportación con mayor valor agregado y aumentaran sus ingresos, y otro en Kosovo para capacitar y ayudar a las que desconocían sus derechos sobre la propiedad de tierras.
La FAO recomienda achicar la brecha de género mediante insumos y asegurando que las mujeres tengan el mismo derecho legal que los hombres a heredar tierras, abrir cuentas bancarias y firmar contratos. El proceso requiere cambiar la legislación y garantizar su aplicación, indicó Raney.
Fuente: Periodismo Humano