Actualmente, la mayoría de la población entiende que la edad, determinada por la fecha de nacimiento, es el marcador para considerar a una persona mayor. Se trataría de la edad cronológica, concibiéndose a menudo que los seres humanos empiezan a perder sus capacidades intelectuales y psíquicas a partir de cierta edad.
Por otra parte, la vejez ha representado una construcción social a lo largo de la historia asociada a una imagen homogénea, vinculada al estereotipo de pasividad, enfermedad, deterioro y falta de autonomía personal; concibiéndose que la edad de la jubilación, hacia los 65 años, es la edad de entrada en esta etapa.
Vemos, en este sentido, que la edad es un diferenciador social, aunque algunos informes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que nos han permitido conocer la opinión de la ciudadanía sobre la edad en la que se considera a una persona como mayor o de la Tercera Edad, señalan que la edad media declarada o “umbral” de la vejez se sitúa en los 68 años y es, por tanto, más alta que la referencia habitual de 65 años.
Tratando de ir algo más allá de los conceptos de edad cronológica y edad social, también se distingue la edad funcional que permite evaluar a los mayores a través de “biomarcadores de longevidad”, en función por ejemplo del estado cardiovascular, cutáneo, vestibular (relacionado con el equilibrio y el control espacial), o cognitivo. En general, se relaciona con la pérdida de ciertas capacidades físicas para mantener la autonomía y la independencia. Un término asociado a la edad fisiológica es el de senilidad, es decir, el proceso que se manifiesta en aquellos sujetos que sufren un nivel de deterioro físico o mental.
En esta conceptualización, también encontramos la edad psicológica, que se refiere a la capacidad de adaptación al medio de un individuo, en comparación con otros de distintas edades.
Desde el punto de vista de los derechos humanos, lo más importante es la construcción social de la edad, aunque la vejez tenga un componente biológico y cronológico importante.
En los últimos años, a partir de ser declarado el 2012 como Año Europeo del Envejecimiento Activo y la Solidaridad entre Generaciones, se han promovido acciones que sirvieran para luchar contra la discriminación por razón de edad y para superar los estereotipos relacionados con la edad.
En ese saberse y reconocerse como individuos con derechos, ciudadanos/as como los demás, los mayores han reclamado también el derecho a acceder a la cultura y a la participación social, a vivir como el resto de la ciudadanía en un entorno intergeneracional, y a no sufrir ningún tipo de exclusión por la edad. Si bien es cierto que en algunos países existen normas que promueven la participación plena de los mayores en la sociedad, hoy en día éstas suelen resultar insuficientes, porque, en general, no hay un contexto social favorable que les facilite el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Como mantiene el IMSERSO, los estereotipos son imágenes simplificadas sobre un determinado grupo social, y están vinculados y son considerados la base del prejuicio y la discriminación hacia ese grupo. Por tanto, conocer los estereotipos hacia el colectivo de personas mayores se hace necesario, por cuanto éstos pueden servir de base para los prejuicios y la discriminación en función de la edad o «edadismo».
Sabemos que existe un gran número de mitos y prejuicios asociados a la vejez. Por ejemplo, la idea de la jubilación como comienzo de la vejez, es un diferenciador social sin correlato biológico o psicológico porque el envejecimiento, como proceso, se va produciendo a lo largo de toda la vida.
A menudo, según el estereotipo vigente, se asocia el envejecimiento a un deterioro en la propia capacidad de ejercer actividades, pero no existen razones objetivas para afirmar que el envejecimiento ha de generar un deterioro que justifique, por ejemplo, la jubilación.
A pesar de ello, gran parte de la sociedad sigue relacionando la vejez y los mayores con la enfermedad, la dependencia y la falta de productividad, lo cual se aleja de la realidad de hoy en día de los mayores en su conjunto. No hay que ir más que a la definición que hizo el Consejo de Europa en 1998, según la cual la dependencia es el estado en el que se encuentran las personas que por razones de autonomía física, psíquica o intelectual, tienen necesidad de asistencia y/o ayuda importante para realizar las actividades de la vida cotidiana.
Otro estereotipo identifica la belleza con la estética joven, considerando que los mayores no pueden presentar un rostro y un cuerpo bellos, cuando el ideal de belleza es una construcción social que puede modificarse.
Aunque los parámetros sociales están cambiando, debemos reconocer que los mayores, y en mayor medida los mayores institucionalizados, se hacen eco de estos estereotipos sociales. A nadie nos son ajenas ciertas “limitaciones” de este colectivo, pero también es cierto que existen muchas posibilidades de acción y estrategias alternativas que desarrollar en este ámbito. FSC ha apostado por ello, y lo sigue haciendo, a través del Programa de Intervención Psicosocial y de Rehabilitación Funcional, que llevan a cabo más directamente los fisioterapeutas en los diferentes centros y programas dirigidos a las personas mayores. Son programas muy dinámicos, que fomentan la autonomía de los mayores, que facilitan la interrelación con el entorno, que posibilitan el contacto de los usuarios/as atendidos/as con personas de otras generaciones con el enriquecimiento que esto supone, que favorecen el contacto con las nuevas tecnologías… etc.
Uno de los grandes retos a los que debemos enfrentarnos como sociedad en los próximos años es el de intentar no discriminar a las personas por los años que cumplen y, para ello, es necesario invertir nuestros esfuerzos en sensibilizar, formar y capacitar a nuestros/as políticos, educadores/as, líderes de opinión, y profesionales socio-sanitarios para que sean ellos los primeros que consigan hacer llegar al conjunto de la sociedad que no se debe discriminar por motivo de edad.
Es necesario, por tanto, un nuevo aprendizaje por parte de todos/as, sobre el significado de cumplir cierta edad. Disciplinas como el trabajo social, la enfermería, psicología, medicina, etc., deben orientar parte de su labor profesional a conseguir en los mayores motivación e interés por actividades lúdicas, las relaciones con los demás, la educación para la salud, los estudios, acciones voluntarias de ayuda a la comunidad…
Sin embargo, todas aquellas iniciativas, estrategias, actividades que se puedan estar llevando a cabo o que se lleven a cabo en el futuro con los mayores en aras a un envejecimiento saludable no tendrán el resultado social esperado, si antes no se consigue que toda la ciudadanía comprenda que la persona mayor es un sujeto activo en la comunidad y no un ser pasivo que únicamente tiene derecho a percibir, en el mejor de los casos, una pensión.
En definitiva, romper con los estereotipos, presentes en nuestro imaginario sociocultural, implica aceptar que existen múltiples formas de envejecer, dependiendo de la idiosincrasia de cada ser humano. La entrada en la vejez empieza a reconocerse como un momento en el que es posible introducir cambios en la vida, comenzar a desarrollar nuevos proyectos, cuidar la salud física y mental, etc. Este hecho, como se ha explicado, exige una mayor adaptación de la sociedad, de todos/as nosotros/as, a estas nuevas circunstancias, desembarazándonos de estereotipos para ver, sin lastres antiguos, la auténtica realidad de los mayores de hoy en día, lejos ya de esa imagen homogénea, que no refleja su realidad plural.