Esta primavera “Impuls Jove”, un innovador programa gestionado por FSC en el Centro Penitenciario de Jóvenes de Barcelona, cumple un año de funcionamiento. Una primera experiencia que nos lleva a una serie de reflexiones.
El servicio interviene con 250 varones de 18 a 25 años, que cumplen condena en un centro de Cataluña único por la temprana edad de sus internos. Una juventud que transmite dinamismo y optimismo a los que trabajamos en él, pues permite enfocar la reinserción con más perspectivas y esperanza al contemplar múltiples caminos posibles ante la corta experiencia sociolaboral de los jóvenes.
Los internos están repartidos entre cuatro módulos residenciales que presentan una atmósfera diferente. Traspasando su puerta de acceso, lo primero que nos llega es su olor, distinto en cada uno de ellos. En algunos, es intenso y denso, proyectándonos a un mundo regresivo, pero en otros nos sorprendemos esperando lo contrario, ya que nos llega un olor aireado y aseptizado.
Entrando en cada módulo, percibimos diferencias en la reacción de los jóvenes. En dos módulos, el lenguaje corporal es brusco y las miradas son intrusivas, produciendo una sensación de tensión palpable. En los otros módulos, las actitudes parecen relajadas, las miradas son observadoras, pero suelen dar paso al contacto, dejándonos ver más habilidades para acercarse al otro. Se ubican en esos módulos los jóvenes que participan en programas de reinserción y disfrutan frecuentemente de permisos. Esas actividades y salidas permiten un ritmo de vida animado y aproximar a la reintegración comunitaria, estimulando habilidades y proporcionándonos una sensación de interacción constante entre jóvenes, profesionales y sociedad.
Percibimos entonces que el encuentro con los jóvenes es distinto según donde nos encontremos. Por una parte, apreciamos algo primario con un contacto bruto y agresivo; por otra, notamos un ambiente donde la interacción fluye. Los jóvenes mismos coinciden describiendo unos módulos más conflictivos, donde explican el riesgo a una regresión si por una conducta sancionada se ven reubicados ahí, y viendo en los otros módulos la posibilidad de un cambio de vida, ya que sienten una atmosfera más adecuada para proyectarse con su reinserción.
Esto tiene un significado interesante, ya que vemos un proceso de cambio del joven desde la agresividad presente en unos módulos hacia la reinserción posible por las características de otros módulos. Esa progresión es posible gracias al acompañamiento profesional que estimula los recursos del joven. Aquí es donde tiene su importancia el programa “Impuls Jove”, que pretende motivar a los jóvenes a llevar a cabo ese cambio.
Los dispositivos del centro (enfermería, deportes, talleres, aulas educativas) refuerzan nuestra visión de una simbólica escalera hacia el bienestar y la reintegración comunitaria. “Impuls Jove” tiene como misión ser un soporte para el resto de los programas del centro, dando un paso más allá, trabajando con los propios jóvenes y sus núcleos familiares para favorecer la reinserción.
Por otro lado, vemos más elementos interesantes en los jóvenes. Su físico cambia desde su ingreso en prisión. Algunos esculpen su cuerpo mediante el deporte, pero la mayoría presentan un cuerpo flaco. Además de las preocupaciones y del paso de los años, los jóvenes tienden a tener una postura encogida a nivel de hombros y de cabeza, empequeñeciendo todavía más su cuerpo y haciéndoles pasar desapercibidos y vulnerables. Los rostros se hacen severos y el estilo de vestimenta se elige de manera que apaga el aspecto y la presencia de los jóvenes. No obstante, algunos buscan mirarse en los espejos del centro y cuidar su aspecto para las visitas y los permisos, permitiéndoles entonces recubrir una expresión viva de su identidad.
Con su actitud, los jóvenes también transmiten el impacto de una vida penitenciaria. Vemos que suelen ocupar los mismos lugares cada día en los módulos, ofreciendo una imagen de propiedad y de seguridad que es irreal, así como una sensación de multitud que anula la individualidad de cada persona.
Del mismo modo, la desconfianza que los chicos tienen refuerza sus defensas. Pueden compartir momentos agradables, pero la ira aparece como la emoción necesaria para la supervivencia y a menudo observamos como exhiben su físico para mostrar su capacidad de defensa y dominación.
Cuando iniciamos una conversación con ellos, observamos un fenómeno de represión. La desconfianza, la condición de ocultar su vulnerabilidad para sobrevivir en prisión, frenan el diálogo, haciéndonos reflexionar sobre los espacios para el acompañamiento. Los módulos ofrecen un despacho y el aula del comedor para atender de manera privada a los jóvenes. Percibimos un cambio de actitud en los mismos en cuanto cerramos la puerta, ya que sienten la confianza necesaria para abrirse, pero cuando curiosean las miradas o nos interrumpen, vuelven la alerta y la represión. Entendemos que un clima de intimidad es fundamental para liberar emociones, discursos y que generando esos espacios ayudamos el proceso de mejora personal.
El físico, la actitud y las resistencias contribuyen a dejar atrás el aspecto juvenil de los jóvenes. Por mayoría de edad, se podría considerar a los internos como jóvenes adultos, pero una curiosa dinámica entre ellos y el centro influye en esa percepción. El recorrido de los jóvenes suele mostrar que no han podido desarrollar habilidades para avanzar hacia la adultez, por lo cual transmiten una postura infantil. El centro representa un espacio donde normas, actividades y rituales cotidianos pretenden favorecer el orden y la estructuración, frecuentemente ausentes en la vida de estos chicos, ofreciéndoles una oportunidad para madurar y reinsertarse.
No obstante, en ocasiones ello potencia inconscientemente una actitud infantil y automatizada en el joven, de la que él mismo se queja, pero a la que se agarra cuando piensa en las prisiones de adultos. A pesar de experimentar los aspectos mortíferos de una prisión, los jóvenes luchan por no abandonarse en un lugar que representa el rechazo de la sociedad. Es más, suelen ver en los profesionales guías de su resiliencia y consiguen ver a veces en el centro esperanza para su futuro. Desde esas interacciones y reflexiones, apreciamos el impacto que puede provocar trabajar desde el vínculo psicoeducativo, ya que por un lado permite individualizar el acompañamiento del joven, adaptándonos a su ritmo y objetivos de trabajo; y por otro lado, le ofrece un espacio seguro donde se estimulan las habilidades, promoviendo así su reinserción.
Anaïs Corpas.
Psicóloga del Programa “Impuls Jove” en el Centro Penitenciario de Jóvenes de Barcelona