Con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres, que tendrá lugar el próximo día 25 de noviembre, el Área de Igualdad y Ciudadanía-VIC Mujeres del Ayuntamiento de Vic, en Barcelona, ha organizado diversas actividades dirigidas a toda la ciudadanía. Nuestra compañera Gemma Cánovas Sau del Servicio de Atención Psicológica del Institut Catalá de les Dones (ICD), gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC) en Barcelona, ha ofrecido recientemente una interesante charla.
La violencia machista es una lacra social que afecta a muchísimas mujeres de todas las edades, condición social y nivel cultural, es por tanto un fenómeno transversal. La violencia de base siempre es psicológica, hay que subrayar que aún no está suficientemente tenida en consideración a nivel social – legal.
En un porcentaje de casos también es física, se produce de forma frecuente o esporádica. Este fenómeno no solo conlleva un goteo de víctimas mortales año tras año, sino que incide de forma destructiva en frenar o anular la capacidad creadora de las mujeres que la padecen, produciendo una especie de anulación de sus potencialidades como personas, con derecho a su desarrollo personal y a ser sujetos activos de su existencia.
Las estadísticas indican que, hasta el tercer trimestre de este año, en Cataluña se han producido 12.798 denuncias y ha habido 12.907 víctimas atendidas, 9 víctimas mortales según datos del Departamento de Interior de la Generalitat de Cataluña. Datos que ponen de relieve la magnitud de la problemática.
Evidentemente, siempre hay que tener en consideración las características de cada situación y de cada mujer, pero entre los indicadores más frecuentes, la existencia del maltrato se caracteriza porque sufren una relación de dominio, control, aislamiento social-familiar, celos obsesivos, desprecios, humillaciones en privado y/o público, sometimiento sexual, económico, etc. En este clima tóxico que puede prolongarse años y producirse no solo en el marco de relaciones de convivencia, las mujeres afectadas van entrando en un proceso similar a un “secuestro emocional” que se ha comparado con el «Síndrome de Estocolmo» (S. Ferenci) para la identificación de la persona secuestrada con el secuestrador, salvando las diferencias de cada situación, está claro.
La dialéctica que se establece tiene como ecuación primordial la relación simbólica: amo-sometida, de ahí que la recuperación de estas mujeres pase inexorablemente por desocupar el lugar trampa que las conduce a la anulación de ser personas en condiciones de igualdad y dignidad con este otro con el que han establecido un vínculo afectivo.
Observamos que las mujeres maltratadas que son madres en la actualidad, y cada vez con más frecuencia, viven los efectos de un sufrimiento añadido: la violencia dirigida a ellas a través de los hijos/as en común con el agresor, violencia que reciben por medio de amenazas continuas, situación de riesgo real de los menores cuando están con los padres, pleitos legales que nunca terminan por las custodias o regímenes de visitas, temas económicos injustamente resueltos que las dejan en un contexto muy vulnerable y toda una serie de luchas que las van desgastando en el proceso posterior de recuperación emocional, haciéndolo si cabe aún más complejo.
Los efectos también más frecuentes de sufrimiento psicológico a nivel general en las mujeres son: baja autoestima, inseguridad, motivación, ansiedad, angustia, sentimientos de culpabilidad, disociaciones perceptivas, agravamiento de síntomas en mujeres con patologías previas al maltrato, etc. En relación con su salud física, se observan también manifestaciones psicosomáticas diversas. Las mujeres que arrastran en su historia vital vivencias de violencia o abusos en su familia de origen o adicciones tienen un plus añadido que las puede situar en un grado de riesgo, en cuanto a repeticiones de relaciones tóxicas-destructivas, lo que habrá que reconsiderar de forma específica.
A la hora de plantear los modelos de intervención profesional a nivel psicosocial, hay que tener en consideración unas pautas básicas: la escucha sin prejuicios previos, proporcionar contención, orientación y las pertinentes derivaciones a servicios especializados. Los tipos de atención pueden ser individuales y/o grupales, en función de las características y situación de cada mujer y de sus hijos/as si los tienen.
Las mujeres que atendemos en estos servicios están frecuentemente en procesos previos o posteriores a una ruptura de relación de pareja, con todos los factores añadidos de la conflictividad que conlleva el ser víctimas de maltrato. Por tanto, inevitablemente tienen que atravesar un proceso de duelo que no solo tiene que ver con la pérdida de la relación, sino con la pérdida de un proyecto de familia.
A lo largo de la relación de pareja, han tenido lugar también períodos de bonanza («lunas de miel») por cortas que sean, pero estos han estado combinados con el maltrato. Muchas mujeres nos dicen: «con él subía al cielo y después bajaba al infierno», nuestra tarea consiste en acompañarlas a que prioricen su dignidad personal por encima de todo, ya que el balance de la relación destructiva que han mantenido no las compensa.
Hay que poner en evidencia también los efectos adversos de situaciones que lleven a victimizaciones secundarias en los procesos que van desde en qué condiciones hacen la denuncias pertinentes, el estado emocional en los procesos judiciales, diagnósticos psicológicos-médicos que no tienen suficientemente en cuenta su situación como mujeres maltratadas, mediaciones o terapias de pareja contraindicadas. En los casos de agresiones y abusos sexuales que no se dan únicamente en el marco de la relación o convivencia en pareja estable, también se deben considerar y tratar de hacer prevención de estos factores, ya que aún en nuestra sociedad existen trampas relacionados con estereotipos de género que interfieren a la hora de otorgar a estas mujeres la credibilidad que merecen.
En el campo preventivo es fundamental seguir con las tareas informativas a la población en general, y específicamente desde las etapas que van desde la segunda infancia y la adolescencia, implicando tanto al ámbito educativo como a las familias. En relación con las mujeres ya afectadas que están sufriendo maltrato, debemos considerar que hay que respetar su tiempo interno para tomar las decisiones necesarias, acompañándolas en todo momento y valorando el nivel de riesgo de su situación personal y de sus hijos/as, si los tienen.
En el debate muy participativo posterior al acto, también se apoyó por parte de las asistentes, la idea expuesta de que hacer prevención en este ámbito, implica proporcionar profesionales especializados implicados/as que tengan al alcance espacios para compartir experiencias y debatir las situaciones de las usuarias que se atienden, así como supervisiones periódicas. No olvidemos que el reto de cuidar a los que cuidan es la mejor forma de asegurar la eficacia de las tareas profesionales.
Gemma Cánovas Sau
Psicóloga clínica – psicoterapeuta con enfoque de género
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